El Newcastle de los Desamparados
Una ciudad loca por el fútbol llora la partida de Kevin Keegan
Dicen que en todo el Reino Unido no hay una ciudad más loca por el fútbol. ¿Puede alguien en su sano juicio imaginarse una capital que haya elegido como santo patrón a un millonario que entrena al equipo de fútbol local? ¿Un lugar en el que hijos y mascotas domésticas son bautizados con el nombre del mismo sujeto? Esa ciudad existe, sin embargo, y se llama Newcastle y ese santo patrón es -mejor dicho era- Kevin Keegan. Capital del Norte de Gran Bretaña -noreste, para ser exactos-, una de las zonas más deprimidas del país, la ciudad de Tyne and Wear alberga otra clase de ingleses, ciudadanos ruidosos y apasionados muy diferentes al tópico estirado y frío del sureño, Allá arriba, cerca de la frontera escocesa, alejados del rico sur donde se toman las decisiones, y de los tories, los geordies -apodo que reciben los habitantes de la zona- tenían sus razones para sentirse felices.Desde 1992, cuando Keegan, una de las glorias del fútbol inglés, se hizo cargo de la preparación técnica del Newcastle United, una sucesión de éxitos sin precedentes había colocado al equipo -otrora despreciado- en lo alto de la primera División, hablándole de tú a tú al mismísimo Manchester United.Cuando los chicos de Keegan empezaron a cosechar éxitos, Newcastle y todo el área de Tyneside se transfiguró. La ciudad empezó a ser conocida por algo más que por su pronunciado declive y la gente empezó a sentirse contagiada por un nuevo entusiasmo. "Keegan engendró una especie de orgullo local", reconoció el alcalde de Newcastle, Tony Flynn. Fue una simbiosis perfecta la que se creó entre Keegan, un tipo hecho a sí mismo, hijo de un minero de Durham, que pasó de ganar 1.400 pesetas a la semana como empleado en una firma de planchas de latón, a convertirse en un futbolista de éxito.
Keegan, de 45 años, casado y padre de dos hijas, un tipo temperamental, entrañablemente hortera e incapaz, dicen, de aguantar las presiones de ejecutivo que afronta hoy día un entrenador de fútbol, tiró el miércoles la toalla y abandonó un puesto para el que se había comprometido hasta el año 2002. La inminente salida a Bolsa del Newcastle y la necesidad señalada por el banco que dirige la operación, el NatWest, de que Keegan dejara de amenazar con marcharse y tomara una decisión, precipitaron su salida.
Ese mismo miércoles, Newcastle se hundió en el dolor. Puede parecer extraño que ciudadanos adultos caigan en la desesperación por una razón después del todo ajena a sus vidas privadas. Pero está claro que Newcastle es un fenómeno aparte. Y Keegan un personaje del santoral. "Es peor que si se hubiera muerto la Reina", explicó gráficamente el secretario del equipo, John Regan, un tipo de 38 años. "En Tyneside no todo el mundo es monárquico, pero todos somos keeganistas".
"Estamos destrozados", decía una joven madre de la zona, Tracy Cook, que había elegido para su hija de tres años el original nombre de Keegan Emily. Sor Josefina, una religiosa de la escuela primaria de San Vicente, en Newcastle, que, según ella misma contó a los periodistas, solía reprender a los alumnos rebeldes diciéndoles: "A Kevin Keegan no le gustaría que hicieses eso", se preguntaba angustiada a qué ciudadano modelo podría recurrir ahora.
Cierto que Keegan salvó al Newcastle de la vergüenza de la Tercera División y que, gastándo una fortuna -unos 12.000 millones de pesetas- en fichajes, colocó al equipo casi en lo más alto de la Liga inglesa. Pero no todo el mundo se conformaba con lo logrado. John Hall, uno de los más conocidos hombres de negocios de Tyneside -una zona donde viven en torno a 14 millones de personas- y dueño del Newcastle United, se sentía frustrado por la falta de títulos. Keegan no se sintió capaz de aguantar la presión. El miércoles 8 de enero dijo adiós. Ahora que el rey se ha ido, Newcastle debería rebautizarse como la ciudad de los Desamparados.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.