A la italiana
Es seguro que Marcello Mastroianni -que será sepultado a primera hora de la tarde de hoy junto a los restos de su madre y de su hermano Ruggero, un famoso montador cinematográfico que manipuló, ordenó y afino en la moviola muchas de sus películas- habría apreciado el toque, con un aroma inevitable a una de las comedias romanas de donde el actor saltó a la fama, que tuvo ayer la llegada de sus restos al aeropuerto Leonardo da Vinci. Para empezar, los periodistas fuimos convenientemente acreditados y desorientados en la oficina de Ceremoniale di Stato, por obra de un funcionario pomposo que, al mismo tiempo, iba recibiendo a las' da mas y caballeros que le traían una botellita de champán o un paquete de dulces como obsequio para agradecerle los favo res ya recibidos o por recibir.
Así que los informadores nos dedicamos, una hora antes de que llegara el avión con el féretro de Marcello Mastroianni, a recorrer como enloquecidos las diversas dependencias del aeropuerto, desde la terminal de mercancías a la de salidas de vuelos internacionales, y viceversa.La cosa era que el cuerpo llegaba comlo mercancía, pero les pareció mal recibirlo entre bultos, y por eso habilitaron, a última hora, un rincón de pista en las partidas internacionales. Por fin, se nos metió dentro de uno de esos autobuses de transporte de pasajeros, en el que nos acompañaba un encanecido y continuamente al borde de las lágrimas, Franco Citti, el protagonista de la película Accattone, de Pier Paolo Pasolini, que iba sentado junto a su hermano Sergio.
En el vehículo viajaba también Massimiliano Mattiuzzo, que se definió a sí mismo corno asesor -y dio un taconazo al presentarse a esta cronista-, en representación de la Administración. Mattiuzzo se puso la banda tricolor antes de dejar el autobús, y formó con algunos carabineros y amigos del actor mientras el féretro, envuelto en plástico gris-azulado con una etiqueta roja, era depositado en el furgón mortuorio por empleados del aeropuerto romano.
Lágrimas contenidas
Fue una ceremonia desangelada y terrible, en donde sólo las lágrimas contenidas de Franco Citti y de Giovanna Cau, la abogada de Mastroianni. durante más de 40 años, aportaron algo de humanidad.Giovanna Cau, que parecía tan indignada como entristecida, depositó unas rosas encima del impersonal paquete que contenía lo s restos mortales del que fue uno de los más grandes actores del mundo.
Y poco después, el ataúd, que había viajado desde París en un avión de Alitalia, fue conducido a otra dependencia del aeropuerto, desde donde partió, finalmente, con destino al Capitolio romano. Por suerte, la gente de Roma aguardaba al actor muerto para ofrecerle sin alboroto, calladamente, una despedida digna y doliente, que era la apropiada para el talento y la calidez de Marcello.
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