España gana a lo Induráin
El equipo de Clemente gasta las fuerzas justas ante Malta y alcanza el liderato de su grupo
Fue un partido sin alma, vaciado de contenido por la abrumadora e insultante diferencia que había entre un contendiente y otro. Malta apareció con la goleada grabada en todas las partes de su cuerpo. Y su debilidad era tan manifiesta que no sólo se podía intuir, hasta se podía tocar. Puso entusiasmo y honestidad, pero le faltaron todas las virtudes que exige el más alto nivel de este deporte.Malta se fue muriendo sola, ahogada en su propia fogosidad, que fue cayendo al paso de los minutos y los goles en contra. Salió al campo dispuesta a consumir en la pelea hasta la última gota de oxígeno que hubiera en sus pulmones. Corrió, presionó y mordió hasta que las fuerzas se le acabaron, Su actitud fue meritoria especialmente porque no torció la cara pese al dolor de los goles. Debe ser la fuerza de la costumbre.
España, mientras, aguardaba. Y más que salir a la caza de goles, optaba por esperar a que éstos llegaran por sí solos. No era un equipo hambriento. Al contrario, fue comprensivo y condescendiente con las carencias del adversario. Pisó el césped con las manos en los bolsillos y se construyó el resultado como quien silba. 0 sea, al paso de la barraca, justo el que su entrenador, Javier Clemente, había asegurado en la víspera que no se produciría. Ni metió el ritmo frenético anunciado, ni presionó con los dientes apretados.
Sí fue el español, en cambio, un conjunto serio, que no se dejó arrastrar por tentaciones vanidosas. Respetó en todo momento el orden táctico. Fue obediente y disciplinado hasta en una jornada como ésta, que invitaba más a la desidia, la holganza o hasta la lujuria. España prefirió no descomponer sus líneas y dejar que su superioridad en todos los aspectos del juego le fuera llevando cómodamente hasta la portería rival. España fue, de alguna manera, Miguel Induráin: quiso simplemente ganar el partido, sin gastar más fuerzas de las necesarias y sin sentir la obligación de perder el respeto y la generosidad con el rival.
Dado el amontonamiento de hombres malteses en la zona de atrás y su actitud agresiva inicial, España optó de salida por recurrir a la fórmula más sencilla.
Provocar las acciones a balón parado y aprovechar la vulnerabilidad aérea del contrario: así se fabricó las primeras claras ocasiones (Pizzi, Nadal y Julen), pero no encontró el gol. El primer tanto, el que debía servir para despejar definitivamente las dudas que en realidad no había, llegó producto de un múltiple error colectivo del bando maltés. Un balón regalado, un despeje mal orientado y unas manos blandas del portero a hora de atajar el remate.
Julen Guerrero puso la firma a ese primer tanto y a todo el partido. Porque del propio jugador vasco serían también los restantes goles de la tarde. Todos, producto de ese particular sentido que tiene para rastrear el área, para medir con precisión la zona por dónde no pueden coincidir jamás el balón y el defensa, y para irrumpir por allí sin previo aviso. Julen tiene gol y ayer, ante una zaga de mantequilla, eso sí, lo volvió a dejar claro.
No hubo finalmente más goles que los que dejó en la red Julen. A España le pareció suficiente renta, acaso convencida de que la clasificación del grupo no va a resolverse por el balance general de goles, y se dedicó a manejar el partido sin sobresaltos. Faltaba casi una hora de juego cuando Guerrero anotó el tercero, pero no le importó. Los tres puntos, los que le elevan al liderato, por encima ya de Yugoslavia, estaban guardados y camino de España. Y la idea de pisar al rival tampoco le excitaba. Lo dicho, como Induráin.
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