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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Gracias

El pasado viernes 1 de noviembre, mientras me encontraba trabajando en la oficina de denuncias de una comisaría de Barcelona, un señor que acababa de denunciar a primera hora de la mañana un pequeño robo dejó olvidado sobre el marmóreo mostrador de la oficina policial un ejemplar de EL PAÍS, ejemplar doblado sobre el eje de su primera página, dejando ver, o mejor dicho entrever, sólo la mitad superior de la última hoja del tabloide. Me llamó muchísimo la atención el título y el subtítulo de la única crónica que dicha página contenía, y, sin poder remediarlo, me dispuse a leerlo.Comoquiera que comencé la lectura en una posición incómoda, pues estaba de pie y formando un ángulo de unos 45 grados entre las piernas y mi tronco, además de encontrarse el periódico al revés, lo que dificultaba más aún la lectura, me dispuse a sentarme y acabar de leer aquello que tanto había despertado mi atención.

Algunas personas seguro que tienen el estereotipo de los policías como personas insensibles e incluso con un bajo nivel cultural; quizás tengan razón con algunos, pero hay otros a los que nos gusta la literatura y la poesía y que nos emocionamos con pequeños detalles de sensibilidad humana. Quizás yo sea uno de estos últimos, no lo sé, quizás sólo sea soberbia, pero la verdad es que aquel día no pude acabar de leer aquella escueta crónica periodística en aquella marmórea oficina entre víctimas, delincuentes, grilletes y pistolas; cogí el olvidado periódico y me refugié en el aséptico bidé de aquella comisaría, y allí, alejado del mundanal ruido, lloré por lo que estaba leyendo, lloré porque no me podía creer que todavía en nuestro mundo pudiera existir alguien con aquella sensibilidad como la estudiante malagueña A. L., alguien que con sólo 18 años demuestre que de la simple lectura de un libro pueda salir una historia tan real y tan pura como la de buscar un sencillo lugar pulcro y tranquilo para dejar descansar en paz el cuerpo y, quizás, el alma de Jane Bowles. Gracias, A. L.; gracias por demostrarme que todavía merece la pena luchar en esta sociedad por personas como tú.-

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