Rominger cierra el círculo suizo
El corredor del Mapei subirá al podio junto al ganador, Zülle, y Dufaux
Finalmente el viejo Tony Rominger, el que se tomó la Vuelta como un juego, cerró el círculo. Un podio suizo 100%. Una novedad más ofrecida por gentileza de la Vuelta más rápida, imposible y estrambótica. Alex Zülle, el Santo Tomás de si no lo veo no lo creo, ya tiene una gran victoria en su amplio palmarés; Dufaux, el escalador al que las realidades alimentan cada vez más su ambición, subió por fin a un gran podio después de rozarlo con su cuarto puesto en el Tour; y Rominger, el tranquilo, aparte de seguir haciendo. amigos y alcanzar el punto bueno para el Mundial, ha resultado ganador de su pulso contra la desmotiváción. de sus 35 años: tercero, rey de la montaña, ganador de dos etapas: a la altura de sus objetivos.De acá para allá todo el tiempo, ya como bromista relajado, ya como relajada hermanita de la caridad, se encontró de nuevo con su partitura de predilección, la contrarreloj, y con ella su máxima concentración de solista. La tensión insostenible de las grandes batallas colectivas no la soporta ya el suizo del Mapei. Se alivia de ella con sus brotes de genio que desconciertan a sus compañeros. Con la cabeza a pájaros estaba el día de Albacete, aquél en el que el abanico de más de siete minutos le dio la disculpa para disfrutar esta Vuelta sin presión; en Babia siguió los días de montaña, sin enterarse de los' movimientos decisivos, siempre mal colocado cuando el salto que hacía tambalearse la historia. Puede que haya sido el corredor más fuerte de la carrera, pero en ningún momento estuvo en disposición de ganarla.
La contrarreloj sí. En solitario sobre la bicicleta, nada le distrae. Se hace el Rominger máquina que apenas tiene- que pensar. Su organismo entra automáticamente en el papel. El dolor de piernas, el sufrimiento de mover grandes desarrollos, su relación íntima con todo tipo de sensaciones. Son una parte más del juego. Y la victoria, el resultado lógico: soy el más, fuerte.
Pero no todo fue tan claro. Quizás ganó porque entre los más fuertes él era el único que necesitaba hacerlo. El otro fuerte fue claro, Aléx Zülle. El rival de Zülle no era Rominger sino Dufaux y la mala suerte. Cogió el suizo que hoy ganará la Vuelta las referencias de Rominger sabiendo que con ellas Dufaux no tendría nada que hacer. Se mantuvo en todo momento con una mínima ventaja sobre Rominger, cuestión de asegurar. Pero no le bastaba. Necesitaba sobrepasarle. Y a ello se entregó. Una vez logrado -a cuatro kilómetros de la meta-, sólo quedaba un intangible: la mala suerte. La zona de curvas en descenso atemorizaba a un corredor que hasta esta Vuelta se desequilibraba o caía en todas las citas decisivas. Esta vez, ya lanzado el uf de alivio al sobrepasar a Dufaux, Zülle no se sometió a ningún riesgo: echó el freno de mano y trazó con morosidad las curvas finales. Dio, así, la victoria a Rominger. Y Zülle se alegró por ello, quizás recordando pasados favores subiendo a Cerler.
Así se solucionó el último interrogante mediano de la Vuelta. Quedaban algunos más, más mínimos. Escartín ganó la batalla por el honor de terminar como primer español. Y el Banesto inesperadamente, no pudo aguantar el segundo puesto en la general por equipos ante el acoso del Motorola. Los demás, la mayoría, empezaron a festejar por anticipado el fin de la Vuelta más rápida, de la Vuelta suiza.
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