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Mijatovic tapa los desperfectos

El Madrid de las estrellas empata en San Sebastián a base de pelotazos

Santiago Segurola

Donde no llega el juego del Madrid, llega el talento de Mijatovic y Suker. A ellos se refiere Fabio Capello cuando dice que algunos fichajes no fueron suyos, como si se quejara de algo. Vaya usted a saber, porque los entrenadores se han vuelto muy raros últimamente. Les pones a dos de los mejores futbolistas del mundo y tuercen la nariz. Igual es que no presionan, que es la aspiración de todo técnico que se tenga por tal. Jugar, no, pero presionar lo que haga falta. Y así pasa que la pelota es una molestia, un problema, un asco. Menos cuando la agarran Mijatovic y Suker. Entonces, el fútbol se convierte en lo que debería ser: un juego, y no la murria ésa de presionar para quitar, la pelota y perderla para volver a quitarla. Y así hasta que los partidos se convierten en una pesadilla, todo en nombre de la presión.A su manera, Mijatovic y Suker arreglaron el partido a su equipo. Hicieron lo que se espera de ellos. Fueron desequilibrantes o decisivos. O como quiera que se diga ese tipo de jugador que arregla la vida de su equipo. Sobre todo Mijatovic, que marcó un gol maravilloso, lanzó un tiro libre al larguero y siempre anduvo con el cuchillito. Suker tuvo un punto más de indolencia, pero también dejó tres o cuatro cosas hermosas, como la vaselina del segundo gol, un toque lleno de delicadeza, toda la que faltó en el juego del Madrid, que no prospera.

El partido tuvo todas las características del fútbol de hoy. Dos equipos que se desgastaron en la persecución de la pelota, dos equipos cuadriculados, sometidos al estricto guión que les prepararon sus entrenadores. Y claro, en el ideario de los técnicos actuales, el balón es una molestia. En el caso del Madrid se llega al absurdo de proclamarse el equipo de las estrellas y luego abandonarlas en la cuneta. Las estrellas necesitan la pelota, pero el Madrid no consigue dar dos pases. En realidad, no quiere dar dos, pases. El asunto es tan simplón que da grima: un defensa, principalmente Hierro, y si no Alkorta, lanza un pelotazo hacia los alrededores del área, donde esperan Suker y Mijatovic de espaldas, con dos defensores colgados del cuello. Si no consiguen el balón, que es lo más probable, Capello tiene preparada la segunda solución: los medios acuden al rechace y se ahorran el trámite de inventar algo en el centro del campo. En Inglaterra, donde llevaban un siglo haciendo eso, la gente se ha levantado en armas contra la impostura. Porque así no se juega al fútbol, y menos el equipo de las estrellas.

Todo el partido fue así. Pelotazo va, pelotazo viene. Y la gente corría, porque si no el entrenador se molesta. Daba gloria ver la pista de atletismo alrededor del campo. Ese es el escenario natural del fútbol de ahora y no el viejo rectángulo, con su césped y su aroma fragante. Fútbol de tartán es el que se juega ahora, hasta que aparecen Mijatovic y Suker -o en menor medida Aranzabal y De Pedro- y nos devuelven la esperanza y el recuerdo de aquello que era el juego, el gusto por las cosas bien hechas y el sentido para ganar los partidos desde donde se debe: desde la clase, el ingenio, la categoría para realizar un remate como el de Mijatovic en el primer gol. Lo otro es un engaño que además sirve para poco. Con la presión y todo ese jaleo, el Madrid no gana nada, hasta que llega Mijatovic, ese jugador que no fichó Capello, para tapar todos los desperfectos.

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