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Dime cómo te reciben y te diré de dónde eres

Las acogidas a los triunfadores de los Juegos, espejo de los respectivos países

Carlos Arribas

Casi al mismo tiempo en que Bill Clinton retomaba a Monroe y su "América para los americanos" ante los centenares de atletas olímpicos locales convocados en la Casa Blanca, unos kilómetros más al sur, Fidel Castro retomaba la lucha de clases y convencía a los olímpicos cubanos en La Habana de que los Juegos Olímpicos son "una competición entre ricos y pobres". Toda la semana pasada, la mejor noticia en decenas de países ha sido el regreso a sus bases de sus medallistas olímpicos. En todos, los poderes políticos han aprovechado para organizar fiestas populares, capitalizar el éxito, y exhibir los triunfos como una bandera de progreso o simplemente de identidad nacional. Los países pobres para sentirse menos pobres y los ricos, para hacerse ver más ricos. En España, más que el estandarte de todo un país, los homenajes brindados a los 17 medallistas han servido de referencia al orgullo de cada uno de sus pueblos.Clinton se hizo una foto con toda la delegación estadounidense, la más laureada, al tiempo que dirigía a un país que ha considerado a los extranjeros más unos intrusos en una fiesta privada que unos invitados las palabras que les negó Juan Antonio Samaranch: "Han sido los mejores Juegos de la historia". Castro, después de recordar a sus 25 medallas que han competido en inferioridad de condiciones económicas en un mundo dominado por el dinero, les regaló el oído: "Vosotros habéis regresado con la medalla de la dignidad". En Rusia, mientras tanto, la prensa aprovechó para animar a los suyos, que habían perdido la hegemonía mundial, con un "la victoria moral es vuestra. Tenían tantas ganas de enterrar a Rusia que han tenido que hacer trampas", en referencia a los casos de dopaje que desestimó posteriormente el Tribunal Superior del Deporté.

Pese a las lluvias torrenciales que asuelan Etiopía en esta época, más de 300.000 personas se congregaron en el aeropuerto de Adis Abeba para recibir a sus héroes y dos millones de los tres millones de habitantes de la capital etíope se echaron a la calle para ver pasar la caravana olímpica camino del palacio presidencial. Allí, Negaso Gidada -el mismo presidente que mantiene encarcelado sin juicio a Mamo Wolde, el legendario ganador de la maratón de México- hizo lo habitual en el país africano: garantizar la subsistencia de los atletas elevándolos de rango en el ejército. A Gebreselassie -oro en los 10.000-, de capitán a mayor, a Fatuma Roba -ganadora del maratón-, de sargento a mayor, y a Gete Wami -bronce en 10.000-, de cabo a teniente.

El regimen militar de Nigería organizo una ceremonia en el estadio de Lagos. Allí el presidente, general Sani Abacha, nombró a los ganadores de las seis medallas nigerianas -entre ellos los 22 de la selección de fútbol- "embajadores" y les entregó de las seis medalla nigerianas varios miles de dólares y parcelas de terreno en la zona residencial más cara del país.

Otro valor, más simbólico, tuvo la celebración en Suráfrica. Los héroes fueron una blanca, la nadadora Penny Hein, y un negro, el ganador del maratón, Josiah Thungwane. El presidente, Nelson Mandela, los recibió en Pretoria después de que todo Johanesburgo se lanzara a la calle para vitorearles cuando recorrieron la ciudad en coche descubierto. "Habéis ayudado al reconocimiento de Suráfrica tras años de aislamiento por el apartheid', les dijo Mandela, quien, según Penny Heyn, fue "quien inspiró" sus logros.

Otros países que vieron reforzada su nueva identidad por los éxitos olímpicos fueron Yugoslavia -que participaba en unos Juegos por primera vez desde la segregación- y Croacia. La televisión yugoslava transmitió durante cuatro horas en directo la llegada de sus deportistas a Belgrado, en cuyo aeropuerto se congregaron más de 100.000 personas.

En todas partes fue cuestión de Estado. En el Reino Unido no hubo recibimiento que valga debido a sus pobres prestaciones, pero deportistas y federaciones aprovecharon para exigir más dinero al Estado para no hacer más el ridículo. En Atenas, 70.000 personas se concentraron reivindicativamente en el estadio de mármol, sede de los primeros Juegos modernos, tanto para aplaudir a sus medallistas como para recordar lo mal que lo habían hecho los organizadores de Atlanta, ciudad que privó a Atenas de los Juegos del 96.

El primer ministro francés, Alain Juppé, acudió al aeropuerto de Orly a recibir a sus triunfadores. El presidente Chirac telefoneó diariamente a los ganadores- galos en Atlanta usando el móvil del ministro de Deportes Guy Drut. La reina Beatriz de Holanda -que recriminó a su hijo, el príncipe Guillermo Alejandro, que fuera demasiado extravertido en la celebración de los éxitos nacionales- recibió a sus triunfadores, los condecoró y enseguida les entregó la recompensa económica pertinente. El primer ministro belga Jean Luc Dehaene acudió al aeropuerto de Bruselas a recibir a toda la delegación. La presidenta de Irlanda se caló bajó la lluvia para dar dos besos a pie de escalerilla a la nadadora Michelle Smith en el aeropuerto de Dublín.

En El Masnou, (Barcelona), mientras tanto, el Ayuntamiento homenajeaba a Begoña Vía y Theresa Zabell; en Vitoria, el diestro Pedrito de Portugal brindaba sus toros a los olímpicos alaveses; el Córdoba CF proponía al boxeador de bronce Rafael Lozano hacer el saque de honor del Córdoba-Extremadura. Y Miguel Induráin por poco caía asfixiado en el aeropuerto de Barajas entre las efusiones populares.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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