Fiestas olímpicas
Patrocinadores y entidades de todo tipo compiten por organizar las mejores recepciones en Atlanta
La escena parece sacada directamente de una película de Fellini. Guapos jóvenes luciendo caros trajes de corté europeo suben por la larga avenida conduciendo Ferraris. Se bajan y caen en los brazos dé guapas y delgadas jóvenes luciendo ajustadas minifaldas, lanzando besos al aire y sirviendo vasos de vino. Dentro, el runrún es constante. Italiano.
Los focos de las cámaras se encienden, apuntan al hombre que es el centro de atención. Es la leyenda de la ópera Luciano Pavarotti, que se seca el sudor de la frente con un pañuelo verde limón y rosa mientras la gente lanza los brazos cuello. Detrás de está el esquiador playboy Alberto Tomba, ligando sin ninguna vergüenza. Las mujeres hacen cola para un breve encuentro con el astro. Sus novios, que se parecen a George Michael, miran y fuman. Los micrófonos de la CNN cuelgan sobre la multitud como cañas de pescar.
La escena no se desarrolla en la Riviera o en una plaza de Roma. La fiesta tiene lugar en los sólidos salones, estilo inglés, de la mansión de Callenwolde, en Briarcliff Road. Durante años, éste es el lugar en el que las damas de la aristocracia surista han discutido sobre jardinería y tratado educadamente de las artes en los cálidas tardes de Atlanta. Pero éste no es un típico verano en Atlanta.
Anoche, en la fiesta, no había ningún rastro de ninguna vieja dama del Sur. Hasta la placa que en la puerta identificaba la mansión de Callenwolde había desaparecido bajo una pancarta en la que se leía "Casa Italia". La mansión, situada en la zona de Druid Hills, al igual que varias docenas más en toda la ciudad, se ha metamorfoseado en un centro de interés internacional. Todo el mundo está en Atlanta. Y de fiesta en fiesta. La Casa de Italia, no es más que una migaja de la vida social olímpica. Y a juzgar por lo visto en la primera semana de los Juegos, hay casi más acción fuera de las canchas que en los mismos centros deportivos.
Dos parecen los objetivos de las fiestas sociales: vender y celebrar. Sobre todo vender. Algunos países, como Italia, que han abierto centros de hospitalidad para cortejar a los miembros del COI, quieren vender su imagen y servicios para ganar votos de cara a los Juegos del 2004. Empresas patrocinadoras olímpicas como Sara Lee reparten aperitivos en los salones de los hoteles para vender buena voluntad y tartas de queso. La cadena NBC no sólo transmite los Juegos, también produce recepciones privadas para airear a sus estrellas. Hasta los medios informativos tratan de venderse entre ellos. No se habla más que de invitaciones: "Ven a conocer a los nuevos editores de Extra. Ven a ver a Mark Spitz vender relojes Swatch. Ven a la fiesta de Visa. La fiesta de Speedo. La fiesta del Sports Illustrated. Ven a ver a las estrellas (que son también los accionistas) y gástate el dinero en el Planet Hollywood de Bruce Willis y Demi Moore, o tipo compiten por organizar las en The House of Blues".
Una entrada para la fiesta benéfica de la princesa Ana de Inglaterra -para dos fundaciones de animales- pasará a los libros como la más cara en la historia social de Atlanta: 1.000 dólares (125.000 pesetas) el cubierto. Carolyn Lee Wilis, la organizadora, estaba un poco nerviosa. "No sabemos cómo responderá la gente", dice. "El baile de Piamonte es lo más caro normalmente en Atlanta, y sale a 750 dólares (unas 100. 000 pesetas) por pareja". Las 200 plazas disponibles se llenaron. "Esto es primera clase pura y dura", dice, el diseñador Edgar Pomeroy, supervisor del acontecimiento. "Ni un mal peinado. Ni un mal vestido. Nada de cuero blanco o camisas de chaqué arrugadas.
Sólo primera clase". Un camarero toca un pequeño gong. La cena está servida.
Si hay un orden jerárquico en Atlanta, éste no se da sólo en los marcadores. Los 10 patrocinadores olímpicos oficiales -los que han soltado 40 millones de dólares (unos 5.000 millones de pesetas) para que sus logotipos aparezcan siempre adornados con los aros olímpicos- mantienen una dura pugna en la competición de las fiestas. La cancha es casi siempre un salón de hotel. Las atracciones, dos o tres glorias olímpicas retiradas que siempre. están a mano para firmar autógrafos o posar para turistas.
Copyright The New York Times.
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