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TOUR 96

La cohabitación posible

Rominger y Olano intentan en el Mapei una transición nunca vista

Carlos Arribas

Uno de los mayores disgustos de Tony Rominger en el mes de junio no le llegó de no ganar la Dauphiné Libérè. En las mismas fechas en que se corría la carrera francesa, su amigo Abraham Olano disputaba las etapas más duras del Giro. La tarde del Mortirolo, Rominger cruzó la meta tras Induráin después de la etapa reina de la Dauphiné. Lo primero que hizo fue preguntar por Olano. "Qué fastidio", dijo cuando le dijeron que no había podido defender su maglia rosa. ¿Alguien se puede imaginar a Hinault preguntando por LeMond o Fignon? ¿A Berzin por Ugrumov? Incluso, ¿a Delgado por Induráin? ¿A Chiappucci por Pantani? Shakespeare apenas habría escrito una tragedia si el traspaso de poderes -la lucha entre la ambición del joven y el miedo del viejo- dentro de una misma familia no hubiera sido uno de los grandes temas de la historia. Sin embargo, Rominger, un suizo veterano, y Olano, un vasco joven, quieren reducir ese conflicto a anécdota. "La fuerza del Mapei es la unión indestructible que existe entre Tony y Abraham", dicen todos en el equipo. "El declive y la ascensión se cruzarán sin interferencias". La cohabitación es posible, el traspaso de poderes, inevitable.Antes de comenzar el Tour, Rominger, de 35 años, repetía sin cesar: "Olano irá al Tour para trabajar para mí, pero si yo veo que no estoy a la altura, no me costaría nada trabajar para él". Y, luego, daba la clave de la transición: "Yo ya soy viejo y he ganado mucho, me conformo con lo que tengo; Olano es joven, tiene que empezar a ganar. Y si este año aún estoy yo para ganar, en 1997 correré sólo para ayudar a Olano, una forma de agradecerle todo lo que ha hecho por mí". Así, el debate estaría cerrado en estos momentos. Ambos están muy igualados en la clasificación, pero no hay peligro de golpe de Estado. Olano lo dice y lo hace: "Trabajo para Tony". Rominger no se cansa de decirlo todos los días: "Olano ha trabajado muy bien para mí". Su director, Juan Fernández, lo resume: "Tenemos dos bazas".

Rominger ha cambiado con el paso de los años. Antes era huraño, ahora simpático; un solitario ambicioso se ha convertido en un corredor sociable que presta su casa de Mónaco a quien le pida las llaves. Un cambio que los de su entorno achacan a su inmersión en un equipo español, a su agradecimiento a un clan de ciclistas y de auxiliares que le han permitido llegar al máximo en el ciclismo. Un hombre deprimido, que sólo pensaba valer para pruebas pequeñas, se descubrió en el Clas encadenando tres Vueltas y un Giro. Los periodistas suizos avanzan, sin embargo, una interpretación maligna: "Rominger quiere ganarse las simpatías de la gente -algo con lo que nunca contó en exceso- y prepararse una retirada gloriosa. Es un relaciones públicas".

La primera versión cuadra más: Rominger vería a Olano como a un hijo al que ha enseñado a andar en bicicleta, algo que le ha dado otro sentido a la vida: se ve reflejado en él, en unos comienzos duros que no lograron acabar con una ambición más fuerte. Y no siente celos porque ha descubierto lo relativo que es todo en la vida. Eso es la base de la astucia que comparte con el campeón del mundo.

Olano, de 26 años, no se siente concernido en el debate sucesorio del ciclismo español porque ha crecido en el ejemplo de Rominger. No creyó haber hecho nada histórico en ese sentido cuando quedó por delante de Induráin en el Mundial de Colombia. Nunca ha sentido que el paraguas de su carrera fuera el ciclista navarro, ni que a la sombra de sus éxitos haya podido irse forjando con tranquilidad. Su referencia es Rominger. Induráin, un rival más.

Los caminos de los dos corredores se cruzaron en el Clas en 1993. Admirado por la fuerza de voluntad, el carácter y la capacidad de sacrificio del guipuzcoano, Rominger enseguida lo apadrinó. Un año después estrechó más el círculo. Olano sigue diciendo que sólo él confía en sí mismo, pero sabe lo que tiene detrás. Rominger le puso en contacto con el doctor Ferrari, uno que sólo quiere materia prima de primera calidad, y le dio el empujón moral definitivo. En otro nivel, un mundo reducido que se organiza por su cuenta, que fija sus objetivos y su s estrategias. No hay más presión: sólo se rinden cuentas entre ellos. La transición pacífica será posible porque quieren Rominger y Olano.

Hay quien lo considera imposible: es una lucha de ambiciones y la ambición es el único motor de Olano, el primer atributo de su carácter de campeón. Pero quienes así piensen quizás se olviden de que Olano puede enfrentarse al mundo de forma puramente agresiva, pero también agradecida: siempre darán la cara por los que le ayudan. Sea su mujer, Karmele, que siendo su mayor vicio el chocolate dejó de llevarlo a casa para que Olano no cayera en la tentación. Sea Manso, el hombre que más creyó en él cuando era juvenil. En la fiesta por el Mundial, en la dura zona de Tolosa la gente abucheó a Manso por hablar español desde el balcón municipal. Olano pidió en euskera que le respetaran: "Es quien más me ha ayudado". Pocos dudan que también Olano respetará a Rominger.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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