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Entrevista:

Un flechazo musical

Rosana Arbelo, una desconocida cantautora canaria, es la gran revelación del año

Diego A. Manrique

Ni los más veteranos del negocio musical recuerdan un fenómeno similar: a la semana de ser publicado, Lunas rotas, el debú de Rosana, ha despachado más de 25.000 copias, colocándose en el número cuatro de la lista de ventas de AFYVE. En un mercado tan letárgico como el español, ese éxito veloz representa un rarísimo caso de flechazo colectivo: Rosana ha actuado exactamente 16 veces, siempre en pequeños locales madrileños, y con un gran carisma sobre el escenario. Ésta es, seguramente, una cualidad desconocida para la inmensa mayoría de los compradores de Lunas rotas.

Rosana Arbelo (Arrecife de Lanzarote, 1963) proviene de una familia numerosa -ocho hermanos- en la que la música y el mar son presencias constantes. "Mi padre fue un pescador que trabajó mucho y se convirtió en armador". Recuerda que de pequeña se dormía con una hermana que le cantaba temas de Joan Manuel Serrat. En vez de juguetes, Rosana pedía instrumentos musicales, "así que toco de todo... y todo mal

Hace 12 años, Rosana tomó el avión y se instaló en Madrid para estudiar música. "Vista desde Canarias, la capital es una urbe intimidante y fabulosa: pensaba que iba a encontrarme con famosos cada vez que salía a la calle". De repente, tras años de machacar canciones de Serrat, Ana Belén, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, empezaron brotar canciones propias, y ahora tengo cerca de doscientas".

Al principio, su plan era proporcionar repertorio a otras voces, "me gustaba eso de estar en la sombra y proyectar mis vivencias a través de otra persona".

Su Ladrón de amores fue grabado por Azúcar Moreno y Fuego y miel ganó el Festival de Benidorm de 1994, en versión de Esmeralda. "Hasta hace seis meses, que cedí a las presiones de los cachondos de mis amigos para que cantara mis temas. Grabé una maqueta con 18 temas, lo cual es absurdo -se suelen presentar tres o cuatro canciones-, pero me ficharon inmediatamente. Funcionó, pero que nadie crea que he podido vivir de la música todos estos años".

En los últimos tiempos han desembarcado en Madrid abundantes (y llamativos) cantautores e intérpretes canarios: Luis Fernández, Chiqui Pérez, Luisa Machado, y los tres ex componentes de Taller, Pedro Guerra, Rogelio Botanz y Andrés Molina. Hablemos de esa supuesta mafia canaria. "Voy a permitirme citar a Teddy Bautista, que dice que se trata de magia canaria. En las islas somos extremadamente musicales: no conozco a un canario que desafine. También tenemos mucha afinidad con la nueva trova cubana o con artistas brasileños y argentinos que casi nadie escucha aquí. Siempre hemos querido contar cosas, pero hay una barrera física -la distancia- y una barrera mental, nuestro miedo a Madrid", agrega Rosana.

Choca oírla hablar de miedos cuando es un feliz torbellino en directo, todo desparpajo e intensidad comunicativa. "No tiene misterio; siempre he ido bien arropada por mi gente. Además, las canciones son bastante universales: celebran el resplandor del amor, y eso afecta a todo el mundo. Es cuestión de piel, de química, de sensibilidad: mi optimismo conecta fácilmente. De todos modos, tampoco se crea que son páginas de mi diario íntimo, a excepción de Sin miedo; si alguien quiere saber quién soy, que lo escuche con atención".

Naturalmente, tanta fogosidad provoca susurros y especulaciones sobre su sexualidad. "Supongo que es inevitable. Se canta mucho al amor, pero suelen ser letras firmadas por hombres; resulta mas raro que las mujeres nos expresemos en plan fuerte, en la línea dura. Y eso me encanta: debemos ser aún más revoltosas en asuntos del corazón o en la cama". Respecto a su insospechado éxito, de lo poco que está segura es de que las mujeres son el núcleo central de su público. "Algunas se toman las canciones demasiado en serio".

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