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EURO 96

Otro ejercicio agónico salvó a España

La selección española jugará los cuartos de final ante Inglaterra en Wembley

Santiago Segurola

Otro ejercicio agónico salvó a la selección española y la embarcó hacia Wembley, escenario de los cuartos de final, donde jugará el sábado ante Inglaterra, el próximo obstáculo. De nuevo sólo es posible explicar la victoria desde la capacidad de sufrimiento que tiene el equipo, desde su negativa a aceptar las derrotas, desde su admirable lado combativo. Durante una hora, España fue un páramo. No encontró un solo recurso para desbaratar el exquisito juego de Rumania, una selección que dejó los mejores momentos del encuentro. Pero los rumanos plegaron velas en la última media hora. Vamos, que se fueron del partido sin dar explicaciones, ni atender a razones. Se produjo entonces la carga final de la selección española, a golpe de corneta, con más desesperación que otra cosa, con delanteros y centrocampistas arracimados sobre el área. Pero el arrebato fue suficiente: Rumania se encerró-, se defendió mal y permitió la crecida española. La victoria sólo podía llegar en un jugada de corte racial: la pelota larga, la carrera de Sergi por la banda izquierda, el centro porque sí, la dejada de Alfonso y la definitiva irrupción de Amor, uno de nues tros grandes llegadores.El abandonismo rumano en el último tercio del partido resultó inexplicable. Su autoridad sobre el juego había sido manifiesta, casi sangrante para la selección española. Con la pelota dieron una lección, con un fútbol bien articulado, lleno de detalles notables. Sin el balón, era un equipo menor, soportado a duras penas por Popescu, que ganó todos los asaltos a Nadal en el combate que mantuvieron durante el primer tiempo.

Pero los centrales no daban la talla. Les faltaba calidad defensiva, manejo y sentido táctico. Estos problemas eran menores porque la pelota era para el uso exclusivo de Rumanía, que le tiró un baile a la selección española en varias fases del primer tiempo.

La excelente arquitectura del juego rumano puso de manifiesto las numerosas deficiencias de la selección española, que se encontró con un gol de rechace, como es de ley, pero no consiguió mantenerlo. Antes y después del gol de Manjarín, España perseguía sombras sobre el campo. No encontraba la manera de detener la tejedora su adversario, que primero entró por la banda de López y después por todos los sectores. España no construía nada. Se sentía paralizada, inerme para encontrar otra solución que no fueron los pelotazos a Kiko, siempre eficaz para defender el balón de espaldas a la portería. Pero el recurso era tan simplón que daba grima.

El gol rumano caracterizó su juego y abundó en los problemas que tenían Alkorta y Abelardo para contener a Raducioiu. La jugada fue espléndida. Stinga y Petrescu se dieron conversación con la pelota en la banda derecha, tic, tic, y desbarataron la presión de los jugadores españoles. Luego encontraron a Hagi, que metió la pelota entre Alkorta y Abelardo. El primero había salido arrastrado por Raducioiu, el segundo no leyó el desmarque. En medio quedó un agujero estrepitoso. Por allí entró el delantero rumano como un tiro para superar a Zubizarreta.

El desequilibrio entre los dos equipos se hizo más evidente después del gol rumano. España se sostuvo a duras penas. No tenía juego y tampoco se sentía con pujanza física. El equipo parecía al borde de la capitulación. El comienzo de la segunda parte fue más de lo mismo. Pero de repente, Rumania se borró del partido y del mapa. Dejó de existir sin motivo alguno, sin la presión del resultado, sin remedio. Fue una especie de colapso colectivo. El primero en dimitir fue Hagi, quieto como un tancredo en la banda derecha. Después de Hagi, todos. Los rumanos abandonaron la pelota y se quedaron sin ganas de jugar más. Se acordonaron alrededor de su área y se entregaron al impetuoso ataque de la selección.

Apenas hubo otra cosa que corazón en la carga española. Clemente tiró por las bravas y formó un racimo de delanteros, centrocampistas llegadores y cabeceadores. El dibujo no tenía sentido. La banda derecha se despobló en beneficio de la izquierda por donde circulaban Manjarín y Sergi. El asunto era cazar algún balón, convertir en gol la desesperación, con la ayuda de los defensas rumanos, amontonados sin criterio y sin soluciones. En la tromba llegaron un par de oportunidades, precedentes del gol de Amor, un tanto de enérgico y apasionado: se diría que las dos únicas cualidades de España en el último tramo. Antes, nada: un páramo futbolístico.

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