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Onésimo deja al Rayo en Primera

Un golazo suyo acabó de derrumbar a un gris Mallorca

Todo lo resolvió el futbolista imposible, empeñado siempre, para bien y para mal, en marcar diferencias. El Mallorca, por mucho que se hable de Morales, no tiene a nadie que lo haga, que diga aquí estoy yo cuando aparecen nubarrones. El Rayo sí. Se llama Onésimo y suele pasearse más de lo debido por la cuerda floja. Pero el riesgo, a veces, tiene recompensa. Onésimo lo desequilibró todo y sacó a su equipo del purgatorio. Ejerció de funambulista y acertó. Por eso el Rayo sigue en Primera división.A Onésimo le encanta el vértigo de las grandes ocasiones. Y ayer era una de ellas. Decidió el siete rayista, allá por el minuto 81, escribir su nombre con letras de oro en la historia del Rayo. Calderón vio su desmarque y se inventó un pase de fantasía, de los que valen un campeonato. Onésimo, agradecido, decidió resolver el asunto a lo grande, como correspondía a aquel balón, que voló entonces a lomos de una vaselina de precioso aspecto. Era el epílogo justo a un partido nervioso, de tiritera, en el que el Mallorca, que es posiblemente mejor equipo que el Rayo, se presentó con cara de víctima. El cuadro de Víctor Muñoz tiene fútbol, claro que sí. Pero no tiene a Onésimo.

El partido lo leyó Ezequiel Castillo como quiso. Pronto se dio cuenta de que la defensa del Mallorca llegaba tarde a todos los balones divididos. Así que probó una y otra vez, siempre buscando esos agujeros. A punto estuvo de convertir a Guilherme en capitán general. Si marca todo lo que le llega hablaríamos de un resultado antinatural, casi de ciencia ficción, con el tío del marcador al borde del agotamiento. Pero el brasileño sólo mojó una vez, con Kike a media salida preguntándose, quizá, qué demonios les habría hecho él a sus defensas, que se disfrazaron de enemigos.

El partido comenzó con Onésimo en el suelo y acabó con el mismo jugador a hombros. Tres faltas le hicieron en los primeros dos minutos, como corresponde al jugador más golpeado de la Liga. Instantes después le entró al Rayo el arrebato. En dos ocasiones se quedó Guilherme solo ante Kike. Y en ambas, torpe él, no supo qué hacer. Tampoco llegó Aquino a un magnífica balón de Onésimo, que comenzaba a carburar, a enseñar su inagotable repertorio.

Y llegó el primer gol. Era una cuestión de lógica, porque el Mallorca no existía. Dinamitado su centro del campo, que Zambrano llenó de trampas, apenas le quedaba Morales, que es a quien siempre se agarra el equipo. Pero Morales no estaba. O estaba pero no aparecía, con la defensa rayista cerrándole todas las vías.

Sin embargo, bastó una arrancada suya para poner Vallecas, al borde de la histeria. Era el minuto 24 y el máximo, goleador mallorquín se fue a toda velocidad en busca de Wilfred, quien sacó la manopla para detener su vaselina. Tarjeta roja. El Rayo se quedaba con 10, quizá en el momento más delicado, cuando todo parecía indicar que estaba a un paso de resolver. Cinco minutos después Aquino, que es imprescindible, se fue lesionado. Al Rayo se le oscureció el semblante. Y a partir de ahí comenzó un encomiable ejercicio, de resistencia, en el que no necesitó siquiera atrincherarse.

El Mallorca se fue arriba, claro, lo que tampoco le sirvió para hacerse con el partido. Eltaba mejor que su rival, más entero en todos los aspectos. Pero llegaba a los dominios de Abel a oleadas, casi porque no le quedabá más remedio.

Y el Rayo, mientras, venga a resistir. Estaba con uno menos y aguantaba con épica disposición. Maqueda, solo ante Abel, le pudo mandar definitivamente al infierno, pero estrelló el balón en el larguero. Era la ocasión adecuada, pero se impuso el infortunio.

Guilherme, en el lado contrario, amenazó con sentenciar. Sin embargo, no era su día. Se llegó entonces al minuto 81, el mágico. Calderón le hizo un monumento a la precisión y Onésimo abrió la chistera. De allí salió el balón para volar hasta la red. La vaselina, de museo, sirvió para dejar al Rayo en Primera División. El público invadió el césped y acudió después, en un número cercano a los 3.000 a la plaza de Atocha, improvisado lugar de celebración de un club que no sabe de celebraciones. Que sólo sabe sufrir a la espera, quizá, de que un jugador tan irreverente en su juego como Onésimo reciba un guiño del cielo.

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