Televisión y diálogo

Recientemente, el papa Juan Pablo II hablaba de la abstinencia televisiva como algo necesario. Desde la más tierna infancia, cuando niñas y niños comienzan a ponerse insoportables, se les sitúa ante el televisor y éste, como un milagroso bálsamo, apacigua los ánimos y los mantiene absortos ante sus imágenes. A medida que van creciendo van adquiriendo una dependencia de cuanto ven sus ojos: juguetes, marcas de calzado y de ropa, modos de vestir, de peinarse e incluso de comportarse. Les resulta más fácil memorizar la cilindrada de un deportivo que el símbolo químico del sodio, y mucho más fácil la alineación del equipo de fútbol que la lista de los reyes godos.A los mayores también consigue atraparlos: un culebrón interminable o un partido de fútbol demasiado frecuente pueden llegar a crear tensiones familiares: se enciende el televisor y se apaga el diálogo; preguntarle al marido cómo le ha ido en el trabajo puede hacerle perderse una jugada decisiva; recordarle a la esposa que el jueves llegaré tarde a comer puede hacer que pierda el hilo de la trama y echarle por tierra doscientos capítulos anteriores.

En aras de una convivencia familiar más intensa, de una relación más humana, de un diálogo más fluido, en muchas ocasiones convendría abstenerse de la televisión.-