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La ciudad de los geómetras

Existe una esquina en Viena que, pese a encontrarse lejos de las rutas turísticas, convoca todos los días a cierto número de ensimismados ante una insólita propuesta: en un barrio geométrico y funcionalista como corresponde a la cultura racional-socializante de la que salieron la Bauhaus y Mies Van der Rohe, una esquina -no una manzana: una simple esquina- se organiza en torno al color, la asimetría y sobre todo la diferencia. Ninguna ventana es igual -a otra, y a ninguna figura corresponde otra igual al otro lado del espejo. Es una esquina muy atractiva -recuerda a Gaudí-, y sin embargo no son tanto sus colores y formas caprichosas lo que más recuerdo, sino una especie de manifiesto que se exhibe en una pequeña habitación en los bajos, junto con algunas fotografías.En ese manifiesto, el artista Hundertwasser (es algo más que un arquitecto o que un pintor, y desde luego, Dios nos ampare, no parece el usual arquitecto-artista) reivindica y proclama el derecho a la diferencia. El derecho no sólo as er, sino a ver diferente. Rodeado de rectángulos de infinitos edificios grises y cuadriculados, de los que entra y sale gente irremediablemente triste y marcial tras tantos años de vivir entre ángulos rectos, uno se pregunta si la esquina de Hundertwasser es una provocación, la ruina de una nostalgia sobre lo que pudo ser y no fue, o una profecía: llegará el día en que la ciudad no será de los geómetras, y no caminaremos mirando al suelo sino disfrutando. Esta esquina fue financiada por la ciudad de Viena, interesada. en averiguar qué alternativas podía haber a su concepción cúbica del espacio.

Por desgracia, quienes se disponen a construir 66.712 viviendas en Madrid para otras tantas familias, en un acuerdo del ayuntamiento con la Autonomía, no parecen haberse enterado de la profecía (o provocación), ni de Hundertwasser, ni de que faltan cuatro años para el siglo XXI. Ni siquiera parecen haberse enterado de las propuestas reales de Mies Van der Rohe o Le Corbusier, de quienes sin embargo han caricaturizado las ideas para obtener un juguito más bien insípido sobre lo que ha de ser una ciudad. La simpleza no sería tan grave de no ser porque va acompañada de algo que los griegos consideraban de médico: la incapacidad de reconocer la belleza. Más grave aún, de al menos intentarla. Según uno de los expertos consultados por este periódico a propósito del proyecto, los urbanistas españoles se dedican a estudiar leyes, costos, materiales (les ahorro la reveladora jerga tecnocrática) " "y nos hemos olvidado la belleza". Igual podía haber dicho: "Nos hemos olvidado el paraguas". (Al menos él lo dice. A los otros consultados ni se les ocurre.)Y aquí estamos: Si alguien no lo remedia, tantos madrileños como toda la población de, por ejemplo, Pamplona, tendrán en su día que vivir para siempre en pisos hechos con fotocopia sobre un modelo que ya se caía cuando Gaudí aprovechó en Barcelona la rivalidad de algunas fa milias y también su cultura, y la armó. Y eso antes de que la colosal industria de la construcción descubriera las su culentas ventajas de lo llamaban funcionalismo, (y aún llaman, con otros nombres), o lo que es lo mismo, la supresión de cualquier elemento que pretendiera adornar de una forma a menudo discutible -oh esos temibles pasteles vieneses-, pero también un mínimo de variedad. Nada más lejos de la prudencia que reclamar la comparecencia en estos proyectos de la cofradía internacional de arquitectos artistas que, junto a hallazgos como los puentes de Calatrava o la delicada pirámide del Louvre, a menudo ha perpetrado auténticas fechorías sin arreglo -miles de familias condenadas a vivir en la aplicación de mezquinas teorías sobre lo que son viviendas sociales, por ejemplo-, y a quienes nadie ha pedido la menor responsabilidad: ni una multa de tráfico. No parece razonable que entre la muy extensa nómina de! altos cargos y vastos medios con que cuenta Madrid no sean capaces de intentar algo medianamente atractivo. Probablemente no costaría más. Claro que haría falta un poco de gusto y de

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