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El 3-M y el futuro de la izquierda

Diego López Garrido

Todo se había confabulado para que el PSOE se hundiese y la derecha barriera. No ha sido así. El "amargo" triunfo del PP sólo tiene una explicación: los ciudadanos no han querido confiar a un solo partido la dirección de la España de fin de siglo, la de la convergencia con Europa, la de la crisis del Estado de bienestar, la del 22% de paro y la precariedad laboral, la de un Estado autonómico aún por profundizar, la de la lucha unitaria contra el terrorismo. Aun cuando hay una primera formación, el PP, a la que confiar la tarea de formar un Gobierno estable -y debe hacerlo y ojalá lo consiga-, lo que se desprende del 3-M es más bien un mandato para una determinada política de concentración, de amplios acuerdos, porque España tiene objetivos que desbordan a un Gobierno.En este contexto, la izquierda maltrecha ha recibido otra vez la confianza de su fiel e inteligente base, que es la que al final entendió de verdad el mensaje. Pero el resultado ha sido, desgraciadamente, desigual para las dos principales fuerzas. IU, en el peor momento del PSOE, ha sido incapaz, una vez más, de penetrar en el electorado socialista. En Andalucía ha sufrido la derrota de una política diseñada a nivel de España, que se expresó con la máxima claridad allí, consistente en pactar implícitamente con la derecha para hacer imposible un Gobierno de la izquierda; una "pinza mediática" PP-IU, de agresiva oposición sin matices al PSOE, aprovechando su descrédito, coincidiendo en el ritmo de oposición marcado por la derecha. Es cierto que al PSOE le ha votado gran parte de la izquierda sociológica sin ninguna convicción, con desagrado, queriendo que perdiera (aunque por poco), deseando una sanción que renovase a ese viejo partido, tan contaminado de años de poder que han empobrecido sus señas progresistas y han acabado con cualquier sensibilidad de utopía. La mayoría de la izquierda sociológica no vio, sin embargo, en IU una alternativa real, porque el antisocialismo exhibido por ésta, su política dirigida a "doblegar" a González, parecía más una vendetta que una propuesta crítica constructiva. La "teoría de las dos orillas" (IU en una, el resto de partidos en la otra) nada tiene que ver con la percepción social, y ha terminado por dejar en una orilla, de verdad, a IU, consiguiéndose así hacer real la teoría en una triste paradoja.

Hay, además, otras causas ue han aislado y aíslan a IU. Por ejemplo, la obsesión anti-Maastricht y una política económica que no cuenta con el déficit y con que nuestro endeudamiento se lleva ya la quinta parte del Presupuesto del Estado. Hay un hecho al que no puede sustraerse ninguna fuerza responsable, y es que cualquier Gobierno que opte unilateralmente por una política expansiva de déficit sufrirá inmediatamente el coste de unas altas tasas de interés para retribuir los préstamos exteriores, porque los mercados anticipan una segura inflación o una devaluación competitiva. Éste es, en última instancia, el sentido de los famosos criterios de convergencia de Maastricht, criterios que son políticos, no técnicos, y que políticamente deberán interpretarse en 1998. Esto es lo que la mayoría de la dirección de IU no ha entendido, lo que la ha sacado del terreno de juego y le impedirá -de no flexibilizarse- cualquier acuerdo de fondo con las demás fuerzas parlamentarias en el post 3-M.

A IU le ha afectado también, en fin, el último congreso del PCE, transmisor de un enfrentamiento incomprensible con los sindicatos y de una hegemonía comunista en IU (corroborada en las listas) que se aleja de las señas de identidad originarias de la coalición.

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Demasiados errores para que no se reflejasen en las urnas. El PSOE fue al final el que frenó a la derecha, e IU, tras un constructivo comportamiento de pacificación interna., un descomunal esfuerzo de todos sus militantes y la fe de antiguos votantes, no decidió. La situación de IU es hoy de menor capacidad de influencia que en la anterior legislatura. Este es el elemento cualitativo que caracteriza el 3-M de IU, porque, aparte el dato aritmético, sus políticas rígidas aislacionistas son más inadecuadas que nunca en un periodo que exigirá grandes acuerdos de Estado.

Pero el decepcionante resultado de las elecciones generales, que constata el notable retroceso de IU desde las europeas, no destruye un hecho incontrovertible: mantiene 2.700.000 votantes y 21 diputados. Su aportación puede y debe ser aún muy importante a una estrategia futura de la izquierda que se proponga arrebatar el Gobierno a la derecha si ayuda a crear un amplio polo progresista, en una acción de diálogo y cooperación (por este orden), con un PSOE renovado al que no le deslumbren unos resultados sólo explicables por los errores del competidor.

Ambos partidos de la izquierda deben reflexionar mucho a partir de ahora. El PSOE no ha sido exonerado, y haría mal en volver a sus tesis de la casa común. Por lo que respecta a IU, es claro que el debate sobre las causas de los insatisfactorios resultados y el necesario cambio en la línea política seguida, así como la asunción de las correspondientes responsabilidades, son exigencias del momento si se quiere pintar algo en el futuro de nuestro país; porque, en una democracia, los partidos y sus dirigentes son juzgados por los votos de los ciudadanos.

No es por eso muy alentador que el coordinador general de IU diga, al día siguiente del fracaso electoral, tras reunirse con la dirección del PCE, que, si se cambia la línea política, se le cambia a él. No es precisamente una forma de animar al debate. Pero IU necesita un debate de fondo -y lo tendrá- sobre una línea política que ha demostrado ser negativa en el pasado y que, sobre todo, es inmantenible para un futuro en el que la influencia de cada grupo político se medirá por su capacidad de llegar a amplios acuerdos sobre la construcción europea, el empleo, la protección social o el sistema tributario. La política dominante hasta ahora en IU significa -admitámoslo- no tener casi interlocución sobre esas grandes cuestiones.

IU, en suma, requiere ante todo la discusión sincera y abierta sobre las políticas desarrolladas; después, la rectificación de los errores estratégicos o tácticos, y, por último, y en función de lo anterior, una nueva dirección que se identifique con la nueva política. IU tiene un futuro en la izquierda si aprende de sus equivocaciones, si oye el veredicto de las urnas, si entiende las exigencias de la actual coyuntura, tan alejada de dogmas o empecinamientos rígidos. No es dramático reconocer lo que se ha hecho mal. Lo trágico es hacer lo contrario, entre otras cosas porque es rigurosamente inútil.

es miembro de la Diputación Permanente del Congreso de los Diputados y de la presidencia de Izquierda Unida.

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