Artistas

Mucha gente se extraña de que Vargas Llosa alterne tanto con gente que no le ha leído. No es tan difícil de entender: se trata sin duda de una pasión autodestructiva inherente al temperamento artístico. La historia está llena de casos semejantes: Rimbaud, por ejemplo, después de escribir Una temporada en el infierno, huyó a África, donde se convirtió en traficante de esclavos; Poe combinó la gloria de componer El cuervo con el infierno alcohólico del delirium tremens. Y a Toulouse Lautrec le volvía loco que las prostitutas le pisaran las manos con sus zapatos de aguja. La lista de atrocidades que un artista puede perpetrar para acabar consigo mismo no tiene límites. Vargas Llosa se ha hecho del PP sin ninguna necesidad, ya estaba en muchos sitios, pero se ve que ninguno de ellos le había proporcionado el grado de sufrimiento necesario para recuperar la fiebre con la que se sentó a escribir La ciudad y los perros o La casa verde.

El día en que sonó el despertador y el autor de Los cachorros abrió los o os notando que era admirador de Aznar, tuvo que sentir el mismo estupor que Gregorio Sansa cuando amaneció convertido en un escarabajo. Lo más probable es que al principio no entendiera la dureza que le había salido en el abdomen, producida por el contacto con la quitinosa Mercedes de la Merced, ni el ardor visceral resultante de la ingestión de jugos anticatalanes secretados por Vidal-Quadras. Pero uno no puede escribir una obra, grandeo pequeña, sin extrañarse de la realidad. Kafka fue capaz de sacar adelante La metamorfosis porque al contar la historia de Gregorio Sansa estaba haciendo al mismo tiempo su biografía.

Criticar, pues, a Vargas Llosa por su apoyo al PP es como censurar el suicidio de Larra o reprochar a Verlaine que se diera al láudano. Pura ignorancia.