_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Hacer de necesidad virtud

Emilio Lamo de Espinosa

Que el PSOE perdía las elecciones europeas de junio de 1994 y, tras éstas, las municipales y, tras esta segunda derrota, se vería obligado a adelantar las generales, que perdería también, todo ello era evidente al menos desde la primavera de 1994. Todo estaba anunciado. Bueno, casi todo.Pues la gran sorpresa de la noche del domingo fue que, a pesar del terrible ataque sufrido (justo e injusto, que de todo había), el PSOE estuvo a sólo un punto de ganar las elecciones, aumentó en 300.000 sus votantes y no sólo no ha perdido, sino que, políticamente, es (junto con CiU) el ganador de la noche. Tanto que si el PP ha ganado lo debe más a monsieur D'Hondt que a los electores. Nadie dudaba de la capacidad del PSOE para aguantar el chaparrón ni de la fortaleza de Felipe González. Pero se dudaba, y mucho, de la de su electorado. Una duda a la que los sondeos han contribuido con consecuencias perversas.

Pues, cabe preguntarse si el resultado refleja lo que deseaban los españoles o si, por el contrario, es la consecuencia no querida del temor a una mayoría absoluta del PP, anunciada como posible por los sondeos, un temor que, en el último momento, habría generado un poderoso efecto underdog. Los sondeos fallaron ya en 1993 por utilizar mecanismos de estimación obsoletos, inadecuados cuando se producen cambios de tendencia (y por ello fallaron en Francia recientemente). Han vuelto a hacerlo de un modo generalizado y sorprendente.

En todo caso, el resultado del domingo, sin duda el mejor posible para el PSOE, aunque no sé si para el socialismo, exhibe las dos debilidades ya tradicionales del PP. La primera es que la identificación ideológica izquierda-dereclia (y sobre todo de centro-izquierda) es extraordinariamente fuerte en España; de otro modo, la negative campaign estrenada por el PSOE no habría dado resultado. Sin duda, el doberman es un deleznable mensaje y, ciertamente, no mejora nuestra madurez política ni ennoblece a quienes lo sacan a pasear; pero ha resultado eficaz. La movilidad de votos entre derecha e izquierda es, en España, mínima. El eje ideológico actúa como una frontera y el voto es útil, pero sólo a cada lado de la frontera. El ascenso del PP en millón y medio de votos debe, pues, atribuirse más a renovación generacional que a cambios ideológicos. El PP debe, pues, continuar su peregrinar hacia el centro y, sobre todo, evitar aliados ultramontanos que le ubican allí donde no desea estar.

La segunda lección es que el PP tiene también serias dificultades para penetrar en Cataluña, una comunidad que, por sus características sociológicas, debía ser cantera de voto de centro-derecha. La fragmentación de la derecha española en al menos tres formaciones imposibilita al PP la obtención no ya de mayorías absolutas, sino incluso de mayorías "suficientes". Al final, el -gran triunfador del domingo es Jordi Pujol, que, con poco más de un millón de votos (menos que en 1993), vuelve a ser el gestor de los restantes 31 millones.

De modo que el PP debe revisar profundamente su política autonómica y nacionalista. Por lo demás, no tiene alternativa. PP y CiU están obligados a entenderse si no desean abrir de nuevo la incertidumbre electoral "italianizando" la política española. Mejor que hagan de necesidad virtud y aprovechen el mandato popular para cerrar un contencioso histórico como el catalán en un gran pacto nacional sobre el Estado de las Autonomías, pacto que muestre que el nacionalismo español acepta sin reticencias otros nacionalismos ("nación de naciones", dice la Constitución) y que los nacionalistas catalanes, demócratas antes que nacionalistas, aceptan también ellos el resultado de las urnas en aras de la gobernabilidad de España y no sólo de la de Cataluña. Actuar de otro modo puede generar un poderoso resentimiento hacía quienes hoy gestionan, con escaso soporte electoral, el futuro de todos los españoles.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_