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Serenidad antes del estremecimiento

Aznar consumió la espera jugando al pádel y conversando con amigos en torno a un tinto del Duero

Hermético. Risueño. Sereno. Con la tranquilidad que le dicta su carácter, con la jovialidad que le aconseja el cuidado de su imagen pública. Así consumió José María Aznar la espera en las 48 horas anteriores a su victoria. Fue a jugar al pádel. Y el PP lo hizo público. Fue al teatro. Y el PP lo difundió. Porque era un mensaje más para la opinión pública: viene un presidente accesible -la imagen antagónica a la del presidente acusado de recluirse en La Moncloa-, que en víspera de la jornada más trascendental de su carrera política cena junto a Mario Vargas Llosa en un- restaurante castizo, y luego acude al estreno de La gata sobre el tejado de zinc caliente, aunque en su fuero interno le intimíde la larga duración de la representación. Pero es que no se trata de sus gustos culturales, donde sus preferencias van por los derroteros de la novela y del ensayo histórico. Se trata de que va a ser el presidente del Gobierno, un presidente que ha prometido cuidar la política cultural. Como tantas otras políticas descuidadas por aquella derecha que no se había refundado en centro.El sábado, después de hacer ejercicio con la raqueta, se fue a comer con su esposa, Ana Botella, y otros matrimonios al molino que tiene Rodrigo Rato en Carabaña, un pueblo de 1.125 habitantes situado a 50 kilómetros de Madrid en dirección a Valencia. Una vez más, Aznar puso el vino: Ribera del Duero. Y otros amigos aportaron los mariscos. El líder del PP saboreó un habano, y apuró la _conversación hasta avanza a tarde. Luego, el matrimonio Aznar se fue a cenar con Mario Vargas Llosa y su esposa, en compañía del portavoz del PP en el área de cultura, Miguel Ángel Cortés, y la candidata al Senado Esperanza Anguirre, con sus respectivas parejas. Aznar estuvo más bien callado, pero de buen humor. Sin asomo de nerviosismo. Con aplomo. Durante la cena, elogió a escritores que han dejado constancia de su sintonía con la izquierda sin sentir por ello el menor temor por la victoria del Partido Popular, y criticó los coletazos del sectarismo.

Hace ya muchos meses, Aznar aseguró que en su proyecto político no había sitio para la revancha. lía sido el suyo un discurso que trató de ser postio -para ello ha acuñado un lenguaje donde sólo tienen cabida las palabras con connotaciones agradables -y que ha ido incorporando el valor de la moderación aunque ha reaccionado con intransigencia, frente a algunas críticas-. Un discurso que ha ido mereciendo confianza , al tiempo que los sobresaltos provocados por los escándalos de corrupción restaban a los socialistas la seguridad y la tranquilidad que antes aportaban.Y ese estilo moderno, la orientación hacia posiciones moderadas , ha acabado por importar más que la inconcreción de muchas de sus propuestas y la incoherencia de algunas actitudes. Aznar ha llegado a esta victoria sin pasar por un debate cara a cara con Felipe González. Y no es un reproche que quite un ápice de mérito a su victoria. sino que lo resta a la grandilocuencia, conque los Populares, decían , en el -pasado, defender la revitalización de la democracia cuando reclamaban la confrontación que ahora han rehuido.-Porque eso muestra que han actuado, por su conveniencia de partido y no por los valores democráticos que invocaban hace sólo tres años.

Hombre ordenado, meticuIoso, que rehúye la improvisación, José María Aznar reunió ayer por la mañana a varios de sus hombres de confianza en la sede del Partido Popular para ultimar los preparativos. Sentó Junto a su mesa a Mariano Rajoy, Pedúo' Arriola, Rafael Arias Salgado,Carlos Aragonés,Miguel Angel Cortés, Francisco García Diego y Alfredo Timermans. Intercambiaron opiniones durante una hora. A media tarde estaba ya terminado el discurso que Aznar dirigió al- país como vencedor de las elecciones y previsible presidente.ç

El líder del PP almorzó con su familia y regresó pronto a su despacho en la séptima planta del edificio de la calle de Génova. Un edificio ante el que se habían concentrado centenares de simpatizantes de Aznar antes incluso del anuncio de su triunfo.

Aznar estaba sereno y orgulloso. Ha llegado a la victoria con la sensación del que no debe nada a nadie. Aunque es una sensación errónea.

Un sentimiento que nace del esfuerzo que le ha costado llegar, pero que no refleja todo lo que ha ocurrido. Porque Aznar ha sabido poner las velas para seguir el rumbo adecuado, pero se ha beneficiado de la confluencia de casi todos, las ayudas que un navegante puede desear. Ha tenido la corriente a favor, le han suministrado combustible hasta rebosar, y han sido cañoneados sus enemigos, cuando iban desaborlados por el temporal en que ellos mismos se habían metido.

Aun así, Aznar ha mostrado sus heridas, porque las críticas que ha recibido le han parecido la mayor agresión que ha sufrido un dirigente político en la batalla del poder. Como no es posible que haya olvidado el cariz del acoso de Felipe González a Adolfo Suárez, ni que desconozca el vale todo que ha habido con el ahora presidente en funciones, hay que deducir que' el presidente del PP no. está habituado siquiera a que le enjuicien con severidad, no ya a que te cañoneen como le ha ocurrido al inquilino de La Moncloa. Tal vez porque un cambio de etapa tan anunciado como éste ha multiplicado las halagos hacia él a cargo de quienes querían agradar al previsible ganador, mientras que quienes plantean cualquier, crítica han pasado a ser señalados como impertinentes y a ser tratados como enemigos.

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