Té para dos

Tuve una vez un ataque de espiritualidad y me fui a la India. Iba recomendado a un Maestro, el cual me guió primero por el laberinto del Viejo Delhi antes de que me llevara a Benarés. Con él visité algunos templos, algunos mercados. A simple vista, la muerte en la India me pareció una hazaña demasiado rutinaria. También la miseria de la gente era tan patente que sólo podía contemplarla como un espectáculo. Pero entre los leprosos y los muertos ambulantes había encantadores de serpientes que daban sentido a la inmortalidad tocando con la flauta una música milenaria. Sentado en medio de aIgunos cadáveres en las escalinatas del Ganges, uno de ellos extraía desde la profundidad de los tiempos una melodía persistente, y la cobra despertaba en el fondo de un saco muy sucio. Mi cuerpo lo sentía yo en ese momento lleno también de inmundicia, y aquella música del encantador de serpientes sonaba tan honda que algo muy puro dentro de mis entrañas nacía, se desarrollaba a lo largo de la columna vertebral y me estallaba en mil luces dentro del cerebro. Consideré que en eso consistía la espiritualidad. La cobra y yo obedecíamos a una misma llamada. Aquella melodía que describía círculos concéntricos en el aire fétido uniendo mi pensamiento con la cabeza de la cobra llegaba desde el fondo de los siglos arrastrando toda la sabiduría junto con innumerables partículas de oro. El Maestro estaba en cuclillas a mi lado y yo lo veía como a Brahma sentado sobre su loto. Le pregunté: Maestro, ¿esa música es la forma universal que adopta el alma? En ese instante, el encantador de serpientes comenzó a tocar Tea for two, de Cole Porter, y la cobra se levantó con un impulso inusitado. El Maestro me dijo que los encantadores de serpientes en la India suelen utilizar melodías de anuncios de televisión, tonadillas muy pegadizas de productos comerciales. Sólo este encantador que teníamos al lado a veces introducía alguna canción misteriosa que al Maestro le recordaba un pasado fascinante y desconocido.
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