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Raúl también premia a AIrsenio

Dos goles del joven delantero dan la victoria a un Madrid poco atrevido sobre el Oviedo

José Sámano

Arsenio tiene su sello: construye de atrás hacia adelante. Sus equipos se refugian y a partir de un orden defensivo van tejiendo el juego. Justo a la inversa de la era Valdano. Hoy el Madrid no achica hacia arriba. Y tampoco distrae el balón. Con Arsenio es un conjunto más timorato en ataque, más raso en su juego y más directo cuando tiene la pelota. Con esta metamorfósis, con un toque más industrial en su orfebrería, trazó en Oviedo un partido grisáceo resuelto por la sagacidad de Raúl, por la enorme fe de un jugador que también abanderó al Madrid de Arsenio. Sólo Raúl invirtió un choque que se precipitaba hacia el empate, el único botín soñado por los blancos, que, escocidos por los penúltimos azotes de la institución, se limitaron a sobrevivir, sobre todo desde la expulsión de Luis Enrique, que dejó a sus compañeros de nuevo al borde del precipicio. Y éstos no están para gestos heroicos. Es hora de resguardarse.Para ello, siguiendo el modelo aplicado en Bilbao por Del Bosque, perfiló un bloque más espeso. Ha multiplicado el número de defensas (una línea de tres -Chendo, Sanchis, Alkorta-, dos laterales -Quique y Luis Enrique- y dos muros por delante -Hierro y Redondo-. El resultado es un grupo más contemplativo, menos atrevido y virtuoso. Más cicatero en la ofensiva. Pero en el precipitado estreno, sin tiempo para el estudio, el equipo no tuvo más remedio que aplicar el método de forma un tanto autógena. Y dejó algunas sensaciones preocupantes: sin Hierro, a la defensa le falta techo y el equipo se desangró en cada pelotazo a las nubes.La transición ofensiva quedó a merced de los pelotazos de Hierro y alguna, muy escasa, aparición de Laudrup. Dos variantes con distinto resultado. De Hierro nacieron los dos goles. El primero por la vía directa. Un balonazo largo y preciso para la llegada de Quique (más adelantado en su nueva posición). Una jugada sin demora, sin que el balón deambulara por estaciones intermedias, culminada por la electricidad de Raúl. El segundo, cuando el Madrid, herido por la absurda expulsión de Luis Enrique, llevaba cobijado cincuenta minutos.La demostración de Raúl fue soberbia, repleta de talento y entusiasmo a partes iguales. A su enamoramiento con el gol agregó un extraordinario don de la ubicuidad. Comenzó como delantero, hizo sus pinitos como lateral izquierdo tras la expulsión de Luis Enrique y durante toda la segunda mitad, con el Madrid decididamente cobijado junto a Buyo, laboró junto a Hierro y Redondo, en la zona del choque, donde abunda el acero. Y siempre salió victorioso. Hasta el punto de que la afición ovetense despidió a su verdugo con un afecto sincero y unas palmas estruendosas. Como tantas y tantas veces desde su explosiva irrupción en el fútbol, Raúl alumbró a un equipo que llevaba buena parte de la tarde abrigado. A la sombra de Arsenio, una manta para tiempos de penuria.

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Sobre la firma

José Sámano
Licenciado en Periodismo, se incorporó a EL PAÍS en 1990, diario en el que ha trabajado durante 25 años en la sección de Deportes, de la que fue Redactor Jefe entre 2006-2014 y 2018-2022. Ha cubierto seis Eurocopas, cuatro Mundiales y dos Juegos Olímpicos.

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