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El 'síndrome de Estocolmo'

Emilio Lamo de Espinosa

"Yo no lo entiendo, necesito una explicación. Que me expliquen: esta Nochebuena, ¿quién va a traer a mi padre?". Preguntas desesperadas de uno de los 28 huérfanos que la última violencia de ETA ha dejado en Madrid. Preguntas sin respuesta. La característica del terror es su total arbitrariedad y falta de explicación. Golpea cuando y como quiere, sin razón, justificación o motivo alguno. Es un puro acto gratuito. En La lista de Schindler, el capo del campo de concentración que fusila prisioneros al albur sabe las raíces de su poder:"No es tal", afirma, "si no puede ejercitarse con arbitrariedad y despotismo". La lógica del terror radica, en ser incomprensible para la víctima. Pues sólo así, gratuita y arbitrariamente, alcanza su objetivo: amedrentar a todos a través del dolor de unos pocos. De modo que no es cierto que todos somos víctimas potenciales del terrorismo; somos víctimas reales de un intento de asesinato. Y, así, la pasada semana han intentado asesinamos a todos y algunos han caído en nombre de todos.

Por ello la primera reacción de la víctima es preguntarse: ¿por qué este horror? La imperiosa necesidad de encontrar razones donde sólo hay vacío lleva a la víctima a buscar algo, cualquier cosa, que haga comprensible lo incomprensible. Y entonces atribuye su infortunio a la debilidad de otros -o como ocurría en Dachau- lo atribuye a otras víctimas, o incluso a sí misma, y se autoculpabiliza. "Necesito una explicación". Con lo que fácilmente acaba entrando én la comprensión de la perversa lógica del terrorista: "Otros tienen la culpa". El síndrome de Estocolmo es por ello la respuesta racional ante lo incomprensible. El terrorismo, es un acto de ciega expresividad, totalmente irracional, que refleja, sin embargo, la pura racionalidad instrumental con la que el verdugo maneja el dolor y la muerte. Es el cálculo frío y científico del uso de la muerte. Por ello, negociar con los terroristas es, inevitablemente, se quiera o no, negociar con su uso de la muerte. ¿Cómo no sospechar que esta bomba es el resultado no querido de una negociación frustrada con ETA, o incluso parte de la misma negociación? Quien intenta páctar con asesinos debe saber que, si se levanta de la mesa, está provocando al verdugo a que continúe la negociación.

Cuando nos cruzamos acusaciones sobre la responsabilidad de ETA, estamos siendo atrapados también en el síndrome de Estocolmo. Quien desvela los turbios manejos de los GAL alienta el terrorismo. Quien practica el terrorismo de Estado alienta el terrorismo. Quien rompe el Pacto de Ajuria Enea alienta el terrorismo. El homenaje a Barrionuevo alienta el terrorismo. Cierto, todos lo alentamos cuando no lo condenamos sin paliativos. Pero sólo cada terrorista, individualmente, es responsable de lo que hace. Sólo él debe responder de sus actos y nadie más, pues lo contrario es aceptar su lógica política, que puede haber razones para el asesinato indiscriminado de inocentes, aceptar que un error (político o policial, la opresión del pueblo o la debilidad de un Gobierno) puede dar razón de la mutilación de inocentes. Ellos y tan sólo ellos son responsables de la matanza de Vallecas.

Pero cuando se afirma con ciega insensatez que se "teme más a España que a ETA" no sólo se alieinta el terrorismo, sino que se exhibe y exaspera ese estar metido de lleno en el síndrome de Estocolmo. Al parecer, Arzalluz necesita también una explicación racional para el terror y ha decidido que la víctima es más peligrosa que el verdugo. Tiene razón Anasagasti al denunciar el riesgo de aprovechar el dolor para criminalizar el nacionalismo vasco; sólo los asesinos matan, y por creer lo contrario hubo una vez un GAL y hay una ETA. Pero lo criminaliza quien colocase sagrado nacionalismo del lado de los asesinos y no del de sus víctimas. Detrás de ETA no hay ya proyecto nacionalista alguno; sólo terror, miedo y violencia.

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