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Las mujeres y la desigualdad

Es señal de la hipocresía de nuestros bien-pensantes el que la próxima Conferencia de la ONU sobre la mujer vaya a tener lugar en China. Supongo que el punto de reunión se eligió por el deseo de los organizadores de llevar la buena nueva a tierra de infieles y por la esperanza de los anfitriones de disimular el mal trato que dan al sexo débil.Digo bien débil pues pesa a toda la retórica masculina de que "en casa manda mi mujer", son ellas las que sufren de verdad en las situaciones de pobreza, de guerra civil, de ignorancia y de mala salud. No tengo mucha paciencia con las feministas del mundo desarrollado que claman por un salario igual para un trabajo igual, cuando están a punto de pedir licencia de maternidad y pasarse meses en casa cuidando al nuevo bebé, o cuando sólo piensan en emplearse en la Administración porque allí hay mucho tiempo libre. Pero cuando se desmandan las siete plagas, sí sufren de verdad las más débiles en fuerza bruta, al tiempo que demuestran su fortaleza en fuerza moral.

Amartya Sen fue mi profesor en Londres y ahora ha escrito en América su Nuevo examen de la desigualdad (Alianza), un libro que parece un artículo de enciclopedia, pero sugiere un interesante enfoque pragmático de la medición y remedio de la desigualdad. De todos los grupos maltratados presta atención sobre todo a las mujeres y para remediar el estado deprimido de éste y otros grupos maltratados, defiende tres ideas que me hacen meditar, aunque es un rojeras incorregible: 1) Todos los demócratas somos igualitarios en alguna dimensión (yo busco la igualdad de todos ante la ley); 2) La igualdad en una dimensión conlleva siempre desigualdades en otras (la igualdad ante la ley implica cierta desigualdad de ingresos); 3) La desigualdad de niveles de vida debe medirse de forma muy concreta, en términos de "logros" y "capacidades" (por ejemplo, esperanza de vida y posibilidades de llegar a presidente de los Estados Unidos).

Como ven, pese a mis prejuicios liberales, creo que Sen plantea cuestiones incómodas, con un enfoque sugerente. En especial son meditandas sus estadísticas sobre la condición femenina en los países más pobres: curiosamente, la correlación entre el sufrimiento de las mujeres y el producto bruto per cápita no es muy alto.

En lugares de mucha pobreza, como el Estado de Kerala, en la India, el nivel de salud y la esperanza de vida son muy superiores a los de otras regiones más prósperas. La explicación que ofrece Sen da que pensar: Kerala goza de una administración local activa y democrática; el nivel de educación de las mujeres es muy alto, gracias a una enseñanza primaria dirigida a aumentar los conocimientos higiénicos, de alimentación y de manejo de la economía y empresas familiares; el servicio de salud pública se rige por objetivos epidemiológicos y preventivos.

Como señala The Economist de fin de agosto en Different Roads to Development, las mujeres son el 70% de los pobres del mundo y casi el 70% de los iletrados. La mortalidad infantil en la India es la mitad en las familias de madres alfabetas, la tasa de natalidad cae con la prosperidad, sobre todo cuando va acompañada de la educación de las niñas. ¿Quién se queda en el campo plantando arroz cuando los maridos buscan trabajo en la ciudad? Las mujeres vietnamitas. ¿Quiénes son violadas cuando se trata de limpiar étnicamente la Gran Serbia? Las musulmanas de Bosnia. ¿Quiénes se prostituyen para comer un bocado? Las niñas de Moscú.

Como dice Sen, la pobreza, de ser vista como un fenómeno de bajos ingresos debe concebirse como un problema de capacidades básicas insuficientes, en castellano, como una insuficiencia de medios.

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