Unos vienen y otros van
Por fin se fue julio, mes funesto en la historia de España, y llegó agosto, que quiero creer será distinto: un limbo desde el que cultivar la estúpida creencia de que sólo importa lo que nos pasa a nosotros. Ayer fue un día de despedidas. No sólo en. el aeropuerto de Barajas, adonde acudí, en la, esperanza de ver marcharse al juez Barbero a Atlanta, ahora que ha decidido retirarse, a ver si le contratan para llevar la antorcha en el maratón.Todo el mundo va y viene a (y de), este entretenido país, y algunos se quedan a dar la tabarra. Ayer, por ejemplo, empezaron en Madrid las concentraciones de ciudadanos indignados que la Asamblea de Cooperacion por la Paz ha organizado, dentro de la campaña Europa por Bosnia. Se producirán cada lunes del mundo, de las 20.00 a las 20. 15, hasta que acabe la guerra en la martirizada nación centroeuropea, y formarán, en un intento de construir lo que Gesto por la Paz ha hecho en el País Vasco, un frente cívico contra esa vergüenza europea. Lugar, todos los lunes, repito: ante el Ministerio de Asuntos Exteriories, plaza de Santa Cruz, en Madrid. Mi antiguo barrio (numerosos ayuntamientos de Cataluña han puesto ya en práctica la manifa, y sé espera que cunda por toda España), una vez más testigo de la impotente pero imprescindible lucha por la sensibilidad (aquellas caceroladas contra la guerra del Golfo, madre mía: se me desarrollaron unas tetas).
Ese barrio ha sido honrado, como quien dice, por el reciente paso de la pareja Melanie Griffith-Antonio Banderas, pero está que arde por el asunto. Resulta que, en el divorcio del galán latino de ambos continentes y Ana Leza, él se quedó con el chalé y ella con el piso de la calle Mayor. Y, claro, los vecinos andan encrespados por el hecho -por otra parte, comprensible- de que Banderas se haya traído de tapas a la Griffith a la plaza Mayor. "Hasta aquí podíamos llegar", argumenta una vecina. "Este barrio es territorio de Ana. Ellos, a Miami". Personalmente, no me parece razonable: mi teoría es que el amor no conoce fronteras, y bastante tiene la protagonista de Armas de mujer con la que le está cayendo, en éste su nuevo periplo amoroso, en colesterol e hidratos de carbono. Es normal que una mujer que durante su infancia recibió de Alfred Hitchcock -que dirigió / martirizó a su madre, Tippi Hedren, en Los pájaros- regalos tales como muñecas metidas en un ataúd se desvanezca de pasión por un sureño cariñoso y pulserero como Antonio, aunque no me extrañaría que pronto llegara a la conclusión de que es mejor volver al frasco que seguir enganchada al cochinillo y el arroz con leche. Dicho sea de paso, parece que del ajetreo que la pareja lleva estos días ha sido nombrado portavoz el chófer, que es quien habla con los periodistas cada mañana y les cuenta el programa de la jornada: hoy nos toca acueducto, luego sinagoga, si os portáis bien, quizá, más tarde, rueda de prensa. ¡Bravo, Antonio! Desde que Georges Corraface le dio lo suyo a Desideria -el otro yo de Ana Botella- y la obligó a ir con tacón de aguja por los empedrados de Estambul, en La pasión turca, no se había visto poderío igual.Julio ha sido también pródigo en milagros: en EE UU han descubierto la hormona que adelgaza -50 años antes, y la Cáballé hubiera podido cantar la Gilda de Rigoletto metida en un saco arrastrado por supadre-, la sangre de san Pantaleón se licuó en La Encarnación, y a Pitita Ridruejo -los ricos ya se sabe cómo son: les milagrean a domicilio- le sigue llorando la Virgen en un libro que tiene en la mesilla. Por si fuera poco, en la Conferencia Episcopal han cambiado de relaciones públicas y el de ahora me escribe deseándome felices vacaciones.
¿Qué me falta?, se preguntarán. Una exclusiva. Por eso me he sentado en el balcón de mi casa, a esperar que Sancristóbal se detenga en mi veranda y me suelte unos trinos. Ya saben que los pájaros en libertad -¿o eran los cerdos capados?- cantan mejor.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.