Los novios de Ciudad Jardín
El consagrado gurpo madrileño se acerca a sus seguidores en una pequeña sala de barrio
Mientras 3.000 personas se asfixiaban en la sala La Riviera el pasado miércoles tras pagar 4.500 pesetas por cabeza para ver a Bob Dylan a la orilla del Manzanares, al otro lado de Madrid el panorama, también musical, era bien distinto. Un informático del pueblo de Vallecas, una diseñadora gráfica de La Latina o un grupo compacto de funcionarias de Hacienda -y así hasta unas 200 personas- disfrutaron gratis de más de una hora de música servida por un grupo de prestigio como es Ciudad Jardín.Los tres miembros de la banda tenían el público a un metro largo de distancia en un discobar de Moratalaz llamado Silikona. Es éste un sitio singular, donde, aparte de ofrecer refrescos a 350 pesetas, se sirven hasta platos de fabada. En un ambiente oscuro, dos futbolines y tres barras, además de un curioso código para entrar: nada de pelos largos (en hombres), ni camiseta de tirantes, pantalones cortos o bermudas, ropa de chándal o pantalones ajustados. Pero casi de todo ello había el miércoles en la sala.
Ajena al concierto, pasó por allí gente del barrio: una muchacha con un vaquero cortado jugaba al futbolín con un estudiante. O los asiduos Manolo y Enrique, en un rincón, una pareja de amigos veinteañeros copa en mano. El segundo, que acababa de salir de trabajar -es vigilante jurado- decía:-Yo creo qué no voy a seguir...
-Tú te callas -le respondió su amigo, quien, recién terminados los exámenes, llevaba tiempo, sin salir.
Cuando, a eso de las once de la noche, Ciudad, Jardín comenzó a desgranar melodías (muchas de su último disco, Ombligo secreto), una pareja treintañera pronunciaba cada una de las palabras de las canciones. "Sí, nuestros seguidores suelen ser parejas de novios", diría después el guitarra, Luis Elices, de 35 años. Sus compañeros, Rodrigo, Lorenzo, de 31 años, la personal voz de la formación, nvuelta en un físico larguirucho rematado por una perilla y un gorrito de punto, y el teclista, Francisco Musulén, de 33 años, un hombre inquieto que se levantaba para animar a la gente a aplaudir, apoyaban tal afirmación. "Es gente de 22 a 40 años", decía el grupo en un improvisado rincón vecino al escenario protegidos con unas córtinas. La pregunta es qué hacen ellos aquí, que tienen un nombre, viven de la música y se acerca a sus, seguidores han editado nueve discos: "Lo que mola es que tenemos que estar en la calle", dice Luis, el guitarra. Desde febrero recorren garitos: "Ante la crisis de los sitios con grandes aforos, hacemos esto y los resultados son muy gratificantes", dice su manager, Jesús García Oñate.
Poco antes, durante la actuación, en la primera fila, Beatriz, una diseñadora gráfica en paro de 32 años, vecina de la Puerta de Toledo, movía sinuosamente el traje oscuro en el que iba embutida. A veces, incluso, cerraba los ojos maquillados y se dejaba llevar por el funk del trío siempre sin abandonar su balanceo. No se quedó muy con vencida -"el ambiente no me gustó mucho, el escenario no es muy propio, me gustan mas grandes", decía-. Había venido hasta Moratalaz para ver al trío
Rodrigo, un informático del pueblo de Vallecas de 34 años, moreno y con las patillas largas de corte cuidado, también coreaba la s canciones. Vestía con el mismo esmero un polo verde y un inmaculado pantalón color crema. Estaba en primera línea, apoyado en la barra.
Rodrigo, el informático, no se lo pensó dos veces al leer el periódico: "Con los precios tan populares que tienen los conciertos esta temporada... además, Moratalaz me quedaba cerca de mi barrio".
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