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Tribuna:¿HACIA DÓNDE YA IZQUIERDA UNIDA?
Tribuna
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El cerco de las palabras

Antonio Elorza

En estas últimas dos décadas, el sector político que antes encarnara el Partido Comunista de España (PCE) y que hoy representa Izquierda Unida (IU) no ha tenido excesiva fortuna con sus sucesivos líderes. El primero, Santiago Carrillo, contribuyó eficazmente a la consolida ción de la democracia en España, reservando el estalinismo para el uso interno hasta el punto de llevar a su partido al borde de una autodestrucción total. En cuanto a Gerardo Iglesias, hizo lo posible por remendar los descosidos ocasionados por un predecesor en quien se mezclaban el eurocomunismo de Berlinger y el culto a la propia personalidad de sus amigos Kim II Sung y Ceausescu. No obstante, Iglesias careció de la capacidad necesaria para resolver una cuestión tan compleja como la que le tocó en suerte. Por si fuera poco, el hombre que desde 1983 tenía en la cabeza el proyecto luego esbozado de emplear las fuerzas residuales del PCE en la forja de una nueva izquierda, Nicolás Sartorius, rehusó en momentos decisivos asumir el liderazgo. Éste fue a parar a un personaje del todo atípico en la política europea: Julio Anguita. Detrás del buen gestor del Ayuntamiento de Córdoba se encontraba una figura capaz de transmitir la firmeza y el sentido ético que duran te muchas décadas constituyeran el patrimonio de la izquierda, pero con una rigidez ideológica que pudo apreciarse desde sus primeras entrevistas como secretario general en 1988. La limitación de Anguita reside en su visión dualista del proceso histórico, que le lleva a rehuir la complejidad de lo real y a elaborar esquemas rígidos de los cuales resulta incluso difícil escaparse en cuanto las situaciones dejan de estar en blanco y negro. Antes, su proyecto político se orientaba al socialismo, en cuanto superación definitiva del orden capitalista, a partir de la definición de una alternativa programática que antes o después sería suscrita por el electorado. Llegado ese momento, se pondría en marcha el programa de transformaciones económicas que se afirmaría por encima de la confrontación con la burguesía. Ahora, las metas quizás se han moderado, o elidido, sin alterar por ello la concepción de fondo. Alcemos el muro -programa, etcétera-, que los trabajadores y, en general, las capas populares ya vendrán a él.Es lo que ha aplicado a la última campaña electoral, en espera de que una aproximación suficiente a los votos del PSOE, tras el buen resultado de las europeas, permitiera pensar en un futuro donde IU fuera el principal oponente del PP. De ahí el discurso de las "dos orillas" (a un lado IU, al otro PP y PSOE) y el ataque a fondo contra el felipismo, rechazando toda posibilidad de pacto global y poniendo muy difíciles los eventuales acuerdos. de nivel inferior. Salvo a partir de la coincidencia en el o los famosos programas.

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De cara a una previsible situación compleja, Anguita se cerraba a sí mismo las salidas. Y hubiera debido actuar con cautela, porque, de entrada, la disposición de fichas en el juego le colocaba en dificultades siempre y cuando no se diera un aumento espectacular de los votos del PCE. Para empezar, porque IU no es un partido bisagra, en condiciones de negociar a dos bandas las alianzas, al encontrarse en la extrema izquierda del espectro político parlamentario, por lo cual está siempre ante un peligro de subalternización respecto del PSOE o de quedar aislada. Además, en este caso, cualquier convergencia, siquiera ocasional, con el PP hace entrar en juego la denuncia de la pinza a que tan aficionados son los publicistas próximos al PSOE. Como si la propia existencia de un partido a la izquierda y otro a la derecha del PSOE, ambos enfrentados a su Gobierno, no diera lugar a la coincidencia en el no. Tiene en este punto toda la razón Anguita al destacar la sinrazón de esa crítica, cuando los mismos defensores escandalizados de la unión de la izquierda no censuran el pacto PSOE-CiU. Sin embargo, al mismo tiempo, el hecho bastante probado de que el PSOE no tenga nada de socialdemócrata ni de izquierda (salvo en la supresión de las corbatas y de los trajes con firma en período electoral), resulta perfectamente compatible con la estimación de que el PP se encuentra aún más a la derecha, por lo cual no debería caber el menor atisbo (de pacto o acuerdo puntual con él. Por añadidura, a la vista del número de veces que la televisión pública exhibe el café en común de Anguita y Aznar en las Cortes, resulta claro que el PSOE está dispuesto a aprovechar al máximo esa irnagen de alianza contra natura, por lo que cualquier pacto a la griega sería al tiempo inaceptable y costoso políticamente, dado el valor que el voto sociológico de la izquierda asigna por tradición a la unidad. El que la rompe, paga. Resulta evidente que el esquematismo de Anguita rechaza tales matizaciones.

En la vertiente opuesta, nadie duda que un pacto. global sin más PSOE-IU, aunque fuera por comunidades, consagraría de un lado la imagen de izquierda del -PSOE que este partido trata de rehabilitar, y haría inexplicables no sólo las críticas expresadas por Anguita durante el periodo electoral, sino la actitud parlamentaria de la coalición en los dos últimos años. Ejemplo: el salto mortal que sobre si mismo ha dado Antonio Romero. Eso sin contar que tales pactos de lista más votada son aceptables cuando las fuerzas son parejas. Dada la asimetría de la relación de votos actual, según muestran el caso catalán y también el madrileño en el pasado, los votos de IU sirven en el 90% de los casos (y sobre todo en los principales, Madrid y Barcelona) para que gobierne el PSOE y unos cuantos íus se coloquen de rabo de león. El concepto económico de utilidad marginal y el político de ponderación debieran intervenir para evitar esa perspectiva de la cual IU puede sólo esperar. una sucursalización, tan negativa como el sueño del sorpasso. Pero, nueva advertencia, tampoco cabe la demagogia antipolítica de que no queremos sillones o no al intercambio de cromos: el pacto ha formado siempre parte de la más noble actividad política, siempre que sea transparente y basado en intereses objetivos. Si IU no quiere el poder, o si queda desplazada del mismo por sus errores allí donde lo tiene, su futuro está claro.

¿Quedaba algún escape?

Así que ni unión de la izquierda sin más, ni acuerdos con pepés locales o regionales, ni actitud testimonial constituían vías razonables para IU. ¿Quedaba algún escape? Posiblemente, sí. Desde luego, claro en la relación con el PP. Más complejo, pero sin duda practicable, en las alianzas con el PSOE, que a fin de cuentas se van a estableder allí donde ha existido una tradición de acuerdos, Gobiernos conjuntos satisfactorios y confrontación clara con la derecha (no donde PP y PSOE son cosas comparables, el uno por derecha dura, el otro por corrupción o acomodación). Hubiera bastado comenzar por advertir, desde la dirección de IU, que se trataba de unas elecciones locales y de comunidad, no generales, con lo cual tres lustros de experiencia política permitían apuntar las zonas donde el acuerdo resultaba factible y aquellas en que no (Madrid y Asturias, como casos opuestos, por ejemplo). Fundir ambos planos ha llevado al caos del todo vale, entre el oportunismo y una intransigencia suicida. De ese caos saldrá un mosaico, razonable en muchos casos, absurdo en otros, que hubiera podido evitarse superando el absolutismo de los principios y poniendo desde la noche electoral sobre la mesa los ' resultados de una experiencia plural que justificaría asimismo comportamientos diversificados.

Antonio Elorza es catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense de Madrid.

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