El gusto por dormir a la intemperie
Vuelven las colas al Bernabéu por lograr entradas para el Madrid-Deportivo
Es la nueva moda. Unos cuantos aficionados han convertido en un gesto de lo más normal el dormir a la intemperie junto al Bernabéu. El reclamo es siempre el mismo, una simple localidad. Para el Madrid-Deportivo esta vez. Poco importa que el club espere aún hasta mañana a las seis de la, tarde para abrir sus taquillas, o que sólo se vendan al público un pequeño paquete de ellas (2.500 todo lo más). Esta gente siempre aparece. Ayer, a las seis de la tarde, la cola la formaban ya 20 personas. La inauguró Marta Fonseca, de 18 años, a eso de las dos de la tarde del martes. Al final, sumará 76 horas de espera.No parece una actividad demasiado seductora. Se sientan sobre unas mantas (uno se llevó una hamaca aparentemente confortable) y conversan entre ellos, descansan, devoran un bocadillo o atienden la curiosidad de los medios de comunicación. No tienen mucho más que hacer. Desprendían ayer esa misma sensación de tranquilidad, sólo alterada por una simple insinuación: ¿No harán esto por salir en la tele o en los periódicos? "Lo que faltaba. No le digas nada, que le den...", gritó el de la hamaca. A Marta Fonseca, la primera de la fila, tampoco le gustó la duda: "No me hace ninguna gracia dormir en la calle, ¿sabes?.
En realidad, Marta está entre el grupo por error. Su idea era aparecer tan sólo un día antes de que se pusiesen las entradas a la venta, pero leyó en un periódico que se ponían ayer y como en las oficinas del club no se lo desmintieron... Tampoco le importó demasiado. El madrugón le permitió conocer a cambio a Jorge Valdano, que le dedicó unas cariñosas palabras de ánimo tras el entrenamiento de ayer. La que peor lo lleva es su madre, que a esas horas desconocía que a su hija le restaban aún dos días de acampada: "Está histérica conmigo, pero sabe que para mí esto es muy importante".
Marta Fonseca es una vallecana que comparte su afición por el Madrid con la del Rayo. "Si jugaran juntos", dice, "no sé con quién iría". Durante la semana, Marta estudia COU, aunque ya da por hecho que tendrá que repetir curso: "Escogí ciencias, pero equivocadamente. El año que viene haré letras; quiero ser periodista". Marta ya tiene experiencia en estas aventuras. El día del último Madrid-Barcelona, a principios de año, aguardó 28 horas por una entrada.
A su lado, en el segundo puesto de la cola, reposa José Luis Jiménez, un chaval de 23 años, parado, que se acercó a la fila tan sólo una hora después que Marta. No se conocían hasta entonces, y ahora ya son "como hermanos", según la chica. El joven no descarta que su relación vaya a mayores. "¿Quién sabe?", comenta sin disimular la ilusión. Ambos pretenden, en principio, sólo dos entradas. Con todo, sospechan refuerzos en breve. Amigos del barrio, dice Marta: "A última hora siempre te llegan ofertas tentadoras: colar a alguien a cambio de mil duros. Pero no pienso oírlas. Los ricos también tendrían que saber lo que es pasarse aquí unas cuántas noches. Yo sólo cuelo a los amigos y gratis".
El mayor del grupo, Juan José Barroso, un parado de 43 años, asegura que un conocido suyo le ha sugerido que abandone la cola. "Mañana [por hoy], yo ya tengo entradas", dice que le dijo. "Yo, la verdad, prefiero hacer cola; él me cobraría entre 5.000 y 15.000 pesetas por una que vale en taquillas 3.000". ¿Y de dónde saca su conocido las entradas? "Se las da el club, está claro", intervino Marta, "no hay derecho". Ni demasiadas entradas.
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