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VÍCTOR PÉREZ DÍAZ El buen ejemplo francés

Muchos comentaristas han subrayado la cortesía recíproca de los dos candidatos finales de las elecciones presidenciales francesas. En su debate televisivo, los candidatos mostraron deferencia por la intención y la inteligencia de su contrario. Se miraron sin rencor y hablaron con mesura, evitaron demagogias y marrullerías y, en general, hicieron gala de una elusión sistemática de las bajas artes de la denigración y la insinuación malévola. Espectáculo muy de agradecer porque, al manifestar su respeto mutuo, los candidatos pusieron de relieve su respeto por el país.En lugar de tratar al público como un rebaño de animales domésticos marcados por el hierro de una afiliación ideológica o tribal, estos candidatos trataron a os franceses como un conjunto de seres humanos libres, cuya adhesión intelectual trataban de conseguir. Y en lugar de incitarles al odio y al desprecio recíproco, les incitaron a razonar juntos, como si fueran miembros de una misma comunidad. Pero la forma estaba ligada al fondo del asunto, y la cortesía, al servicio de un debate razonado de temas importantes. Precisamente porque éstos eran importantes, la cortesía era necesaria: era lo que permitía que las gentes centraran su atención en los temas.

El fondo estriba en que Francia está en un cruce de caminos, tanto en política exterior como en política interior. La elección presidencial es parte y símbolo de una opción sobre el curso de acción a seguir en estos (y los próximos) años: una opción que comienza por elegir entre entretener una ambigüedad o clarificar. La victoria de Jospin la entre tenía por la razón de que, dado que el sentimiento político nacional hoy dominante es claramente favorable a los partidos de centro, la elección de un presidente socialista suponía su cohabitación con un primer ministro centrista. La victoria de Chirac representaba, presumiblemente, una clarificación.

¿Por qué no mantener la ambigüedad? Durante los 14 años de los dos septenatos llamados socialistas, Francia ha ido capeando los acontecimientos entreteniendo la ambigüedad, y la experiencia de estos años permite varios diagnósticos. Aunque es cierto que el paro y los incidentes de corrupción de la clase política (que pueden afectar a todos) sugieren un diagnóstico negativo, por lo menos mediocre, el juicio depende en definitiva de los términos de la comparación.

El juicio que un país haga sobre su pasado depende del futuro que imagina y que pretende, y esto a su vez depende de con qué otros países se compara. Si lo que se imagina es fácil y lo que se pretende es poco, la continuación de un pasado mediocre no produce sobresalto: casi se agradece. Pero si las gentes se convencen de que el futuro es difícil y sus aspiraciones son altas, entonces (y quizá sólo entonces) los costes y los riesgos de error asociados con el mantenimiento de una pauta de acción política negativa o mediocre, que en otras condiciones hubieran sido tolerables, se convierten en insoportables.

Ahora bien, Francia se imagina delante de un futuro difícil y mantiene un nivel alto de aspiraciones. A lo largo de los años, las instituciones gaullistas han ido dando forma al debate público francés y han introducido un sesgo a favor de la política exterior y de la autoimagen de Francia como un país con una proyección en el mundo. Los temas de política interior pueden ser, como lo han sido en esta campaña, los más visibles; pero es la conexión con la imagen general del país lo que les da sentido.Francia se ve a sí misma como una cuarta potencia mundial, y si el problema de su política en Europa: y, con Europa es decisivo para ella, lo es precisamente porque,es ahí donde se juega su proyección mundial y, por tanto, su imagen de sí misma. Si- Francia no puede ya separar la grandeur de Francia de la construcción europea, también sabe, realista, que ese juego complejo y ambicioso se juega no con apelaciones retóricas a sentimientos nacionalistas o a mitologías de izquierdas y derechas, sino con las realidades de una economía fuerte y competitiva, y de una sociedad razonablemente cohesionada: ésos han sido los temas de esta campaña (y se juega también con las realidades de un impulso creativo científico, tecnológico y cultural, y de un medio ambiente tratado con inteligencia y con respeto: los temas ausentes de esta campaña).

En otras palabras, para Francia, "centra? (en el sentido de "colocar en su sitio justo") su política exterior es centrar su política europea; centrar su política europea es centrar su relación con Alemania, y centrar su relación con Alemania es tener una economía competitiva y una sociedad cohesionada: es "hacer sus deberes" en política interior.Por este motivo, si para Francia aquilatar la forma y el calendario del entendimiento con Alemania es crucial, ello no significa que Francia crea ni que los criterios de convergencia de Maastricht deben relajarse (en lo fundamental), ni que el país puede permitirse el lujo de despilfarrar sus recursos humanos teniendo un 12% de su población en paro.

A pesar de algunos titubeos menores, el mensaje central de Chirac ha sido que una presidencia de Jospin hubiera supuesto el riesgo de una deriva hacia el alejamiento de los criterios de Maastricht, y el riesgo de la consolidación de una fractura social (una "exclusión social") expresada en buena medida por el paro de larga duración. Y éste fue el mensaje que intentó contrarrestar Jospin. La discusión fue interesante porque mostró lo que los candidatos sabían de los asuntos Públicos, y cómo lo sabían; de manera que se les podía juzgar no tanto por las medidas concretas que proponían cuanto por la capacidad de reflexión que había detrás de las propuestas (y por la honestidad intelectual que parecía haber detrás de los argumentos).

Una forma de entender la elección francesa es suponer que un segmento muy amplio y crucial del público (probablemente el más joven, el más educado, el más urbanizado, el más móvil y el más cosmopolita) ha creído que tenía que despejar la ambigüedad de, la cohabitación para concentrarse en el objetivo de jugar a fondo la carta europea a partir del interés nacional y desde una posición de fuerza, y que para ello el tiempo estaba tasado. Era ahora o mucho más tarde, quizá nunca. Quizá ha pensado que Chirac tenía, a. estos efectos, un argumento más persuasivo.

Tenemos, pues, aquí el ejemplo de una forma de debate, cortés y equilibrada, al servicio de un fondo del mismo, sustancioso y razonado, y ligado a un alto nivel de aspiraciones para el país: una combinación de cortesía, razonamiento y ambición en su sentido más noble.

Se trata de un "buen ejemplo" si se considera la experiencia en su conjunto (en especial la segunda vuelta de la campaña) y, sobre todo, si s¿ la compara con algunos "contraejemplos". Pongamos por caso el contraejemplo de un país como España, donde, en este momento de su historia, una parte de su clase política se ejercita de manera habitual en un discurso agitado de desprecios, náuseas y sospechas, puesto al servicio de una apelación a emociones primarias, y orientado a generar la impresión de que los contrincantes políticos son enemigos contra los cuales todo está permitido, a los que hay que degradar simbólicamente.

Este discurso es profundamente irrespetuoso con el país al que se dirige. A pesar de ello, la parte de la clase política que se ejercita en ese discurso incivil cree que puede hacerlo impunemente, porque piensa que el país tiene tan poca estima de sí mismo que ni siquiera es sensible a esa falta de respeto: piensa que hay, un electorado que se lo permite. Pero ¿se lo permite de verdad? El "ejemplo" de las elecciones francesas sugiere que, en esta parte del mundo, ese tipo de discursos "viles e inciviles" se están dejando de hacer, probablemente porque se están dejando de permitir.

Víctor Pérez Díaz es catedrático de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.

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