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Conde no pudo comprar a Sancristóbal

Durante su paso por la prisión de Alcalá-Meco, el ex presidente de Banesto Mario Conde hizo algo más que aprender la jerga carcelaria, según quedó patente en su carta de despedida de sus compañeros de prisión, y matar el tiempo. Su principal objetivo fue cultivar una relación personal con el ex director general de la Seguridad del Estado Julián Sancristóbal.Conde estaba obsesionado por instrumentalizar el célebre informe Crillon desde mayo de 1994, cuando el ex director general de la Guardia Civil Luis Roldán, huido, informó públicamente que él, a petición del vicepresidente del Gobierno, Narcís Serra, había solicitado la elaboración de un informe sobre las actividades del ex banquero a la agencia de detectives Kroll Assóciates, sucursal de Londres. Ya en su libro El sistema, Conde explicó que dicho informe le fue anticipado por "un ministro del Gobierno", sin dar el nombre, aunque en círculos próximos al ex banquero se pronunció el nombre del titular de Defensa, Julián García Vargas:

Por otra parte, ya desde mediados de 1994 trascendió que Sancristóbal había puesto en contacto a la agencia Kroll con el ex director general de la Guardia Civil y que, incluso, el primero se ocupó de materializar en el exterior los pagos a la citada agencia. Sancristóbal se trasladó a Suiza con ocasión de una comisión rogatoria solicitada por el juez suizo Paul Perraudin y declaró que había devuelto el equivalente de, unos 40 millones de pesetas que Roldán le había anticipado por otro informe, uno referido al financiero Jacques Hachuel, de quien se sospechaba que era testaferro de Conde. Como el informe no se concretó, Sancristóbal, según narró al juez suizo, devolvió el dinero adelantado.

De modo que en Alcalá-Meco, a últimos de diciembre de 1994 y durante todo el mes de enero de 1995, Mario Conde tenía a un testigo de cargo excepcional para su teoría de la conspiración sobre la intervención de Banesto por el Banco de España e, incluso, sobre las razones por las cuales él mismo había ido a parar a la cárcel. Conde le explicó a Sancristóbal desde el comienzo de la relación que él saldría rápidamente de Alcalá-Meco, pero que, en cambio, el ex director general de la Seguridad del Estado permanecería por mucho tiempo. Y que, teniendo sus cuentas bloqueadas en Suiza, necesitaría ayuda de alguien dispuesto a hacerse cargo de sus cuestiones familiares. Él, Mario Conde, era el hombre. Se haría cargo de todo aquello que su familia necesitase mientras permaneciese en prisión.

Sancristóbal se hizo muy amigo de Conde. Pero según narró a sus amigos, nunca le dio una información precisa que Conde pudiese usar con algún beneficio. Cada vez que mantenían una larga conversación, Conde le abandonaba corriendo para sentarse ante su ordenador y grabar en un disquete todo lo que había oído. Es hoy el día que Sancristóbal niega que le haya proporcionado información sensible.

Después de salir de prisión, Conde siguió hablando por teléfono con Sancristóbal. Un día le pidió una copia del informe Crillon para presentar una denuncia contra el vicepresidente Serra. Sancristóbal le dijo que tenía que hablar con su abogado, cosa que Conde hizo.

Pero José María Stampa Braun había enviado el informe a Suiza, en relación con las declaraciones de Sancristóbal al juez Perraudin. Un día Conde dejó de pedir el informe. Eso ocurrió poco después de que Luis Roldán llegara, en la última semana de febrero, a Madrid.

Julián Sancristóbal aseguró a Mario Conde que nunca declararía lo que este último deseaba, a saber, que Serra había encargado el informe a Kroll.

Primero, porque a él Serrano le había encargado nada, ya que sólo había tratado con Roldán; segundo, porque no veía qué tenía a ganar con semejante declaración. Sancristóbal cumplió su palabra: no involucró a Serra y tampoco habló de fondos reservados.

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