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Caminero lanza al Atlético

El Albacete dominó una hora, pero falló en el remate

Santiago Segurola

Caminero, el último bastión del colchonerismo, resolvió en solitario todas las dificultades del Atlético. Se puede decir que fue un ejercicio de ego. Caminero se puso en la cabecera de cartel, con letras grandes, y protagonizó el partido, como se pide a las estrellas. Se reservó todos los papeles ante la dimisión de sus compañeros. Fue el bueno y el malo, pero de todas sus aventuras salió ganador. El partido lo decidió Caminero cuando era necesario hacerlo, en aquella primera parte terrible, cuando el Albacete daba una pinta superior y, el sufrimiento acogotaba a la hinchada local.Todas sus acciones en el primero merecen enumerarse. En el primer minuto, coceó el pecho de Zalazar. El punto de salvajismo de la patada mereció la expulsión, pero el árbitro le indultó. En este capítulo de relaciones con la ley, Caminero volvió a resultar decisivo más adelante. Mandó a Santi al vestuario después de recibir dos patadas sancionadas por el árbitro. Y entre unas cosas y otras, marcó el primer gol del Atlético, un asunto casi milagroso, porque los rojiblancos sólo remataron en una ocasión en la primera parte.

Durante un buen trecho, el partido fue un duelo de Caminero contra el Albacete. Eso sucedió mucho antes de que el Albacete pagara el peaje del desgaste físico y de su desacierto en los remates. También se puede incluir el desacierto del árbitro entre las desgracias del Albacete. Ferreira cometió un penalti sobre Santi tras el gol de Caminero, pero este hombre, Gracia Redondo, se hizo el interesante y dijo que no.

Mientras tuvo aire, y eso fue durante una hora, el Albacete superó al Atlético en todos los aspectos. Jugó mejor, remató más y estuvo más cerca del gol. Que se lo pregunten a Santi: tenía la portería inmensa frente a él después de quebrar a Abel, pero el chico se apuró y echó la pelota fuera ante el asombro de todos. Más tarde, un remate de Bjelieca fue rechazado por el poste. Todos los elementos estaban contra el Albacete, que había jugado con su orden habitual y con más grandeza de la prevista. Pero el peso de- las desgracias fue excesivo para él.

El Atlético, que se había cobijado bajo la protección de Caminero, sacó la cabecita poco a poco. Cuando el Albecete quedó exprimido por la fatiga, los rojiblancos encontraron espacios para correr y rutas para buscar el gol. El partido se rompió. Entonces surgieron los innombrables, esos jugadores que desatan la ira en el Manzanares. Y ninguno irrita más que Kosecki, un heterodoxo, por decirlo de manera suave. Con el juego descosido, Kosecki se encontró en su hábitat: el desorden, los agujeros defensivos, los callejones para correr. Marcó el segundo gol y la gente respiró. No se volvió loca, porque hay miedo y malas vibraciones en el Manzanares.

El festejo se instaló después, cuando el partido se inclinó sin remedio hacia el lado local. Entonces sacaron pecho los hinchas. Sabían mejor los puros, hasta entonces. exprimidos por la ansiedad, y se advertía el aire de liberación en los cánticos de la hinchada, reconciliada por un día con equipo que finalmente se dio cuatro goles, un empacho para los tiempos que corren. Pero detrás de la jarana y todo eso, estuvo la figura capital de Caminero, el hombre que lanzó al Atlético hacia la victoria en un partido trascendente.

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