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La selva sudanesa, en armas

Las guerrillas cristianas y animistas controlan en el sur de Sudán un inmenso territorio hostigado por Jartum

ENVIADO ESPECIAL En plena estación seca, un súbito guacero descarga un balcón de lluvia y convierte las pistas de la selva en un barrizal casi navegable. El sur de Sudán, la franja negra del país más grande de África, es el territorio donde las guerrillas cristianas y animistas tienen en jaque al Gobierno islamista de Jartum casi desde la independencia, en 1956. En Narus en Natinga, poblados de la provincia de Ecuatoria Oriental habitados por indígenas de la etnia toposa, a 50 kilómetros de la frontera con Kenia, el doctor Ajak Bullen Alier, de 36 años, y sus esforzados compañeros tratan de sentar las bases de un futuro país. Pero Jartum no está dispuesto a consentirlo. Una tregua acaba de ser firmada entre las partes. Pocos confían en esa brasa de paz. Aunque el Gobierno siga recuperando ciudades y bombardee campos de desplazados y posiciones de la guerrilla, es materialmente imposible que llegue a controlar un territorio cuyo tamaño no se concibe ni siquiera cuando se recorre.

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La tragedia de Sudán es una película de serie b; por eso, en vez de manadas de antílopes o leones sólo se atisban grandes rebaños de cabras y un pelotón de monos de culo pelado que se desvanece en medio de la floresta reseca. Pero hay apariciones arrancadas de un sueño, como el airoso caminar de un pastor toposa completamente desnudo, pero armado con un Kaláshnikov: el gran salto adelante desde la Edad de Piedra a la tecnología de la muerte automática sin pasa por el taparrabos.Bombillas de colores

La única luz que rompe la oscuridad de Narus es la del campamento de la organización no gubernamental Sudan Medical Care (Atención Médica Sudanesa). Un terreno rodeado por una empalizada, con varias chozas, almacenes para los víveres que envía la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y una orla de bombillas de colores suspendida entre los árboles. El generador obra el milagro, y la luz convoca a todos los insectos del contorno y a los escorpiones. Cuando todo se apaga, un concierto de pájaros de acero, chicharras y burros en celo que polemizan a rebuznos convierte la noche de África en un concierto de música contemporánea. En el campamento de Narus vive el doctor Ajak, que atiende en una clínica y se encarga de la vacunación de los niños en un radio de decenas de kilómetros. A los 6.000 vecinos de Narus se les han agregado 9.000 desplazados por la guerra, muchos de ellos dinka, otros nuer, otros shiluk.

Los reveses se suceden para estos africanos del sur de Sudán, que acusan a sus compatriotas de Jartum de haber renunciado a sus orígenes y de autoproclamarse árabes. Los informes de Amnistía Internacional y de otras organizaciones humanitarias, demoledores contra los métodos de Jartum, también cargan la tinta sobre las prácticas de los movimientos guerrilleros, que han convertido la cuestión étnica "en un motivo para matar". El Ejército Popular de Liberación de Sudán (SPLA, en sus siglas inglesas), de John Garang, el principal grupo guerrillero, y las formaciones que se han separado de la corriente principal, como el Ejército para la Independencia del Sur de Sudán, de Riek Machar, han practicado la tortura y el asesinato de disidentes, la movilización forzosa de adolescentes y matanzas de etnias rivales.

A Natinga se llega después de horas de montaña rusa por una pista de tierra que a veces es barro, otras arenas movedizas, otras roquedal, otras bosque y otras sabana. Natinga se levanta sobre las faldas rocosas de un nudo de colinas. El sol aprieta 3 los desplazados se afanan duran. te horas en las bombas hidráulicas para arrancar un hilo de agua de pozos exhaustos. La población se multiplica sin cesar. Ya son 15.000 los desplazados que han venido huyendo de la guerra y de los bombardeos de la aviación de Jartum.

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Grase Achol tiene rostro de niña, pero confiesa 25 años y tres hijas. Su frente está cruzada por líneas en forma de hoja, una costumbre dinka. Grase Achol lleva errando desde septiembre de 1991, cuando su casa en Bor, en la provincia de Jungla, fue destruida por un ataque de guerrilleros nuer. Su marido, que había pagado 50 vacas por ella a modo de dote, murió en el asalto. De Bor huyó a Ame, en Ecuatoria Oriental, después de caminar durante un mes. Pero el campo de desplazados donde vivía fue bombardeado por aviones del Gobierno y en diciembre de 1992 emprendió una nueva marcha hacia el sur, a Chukudum, de donde volvió a partir hasta Natinga. Si terminase la guerra le gustaría volver a su aldea, pero no sueña y sonríe sin fuerza: "Al Gobierno de, Jartum no le gustan los africanos, y sobre todo los africanos del sur".

En la clínica de la Cruz Roja levantada en Lokichogio, población del lado keniano de la frontera, desde el que las Naciones Unidas lanzan su Operación Salvar Vidas en Sudán, el fisioterapeuta colombiano Fernando Vega asiste cada día a un pequeño milagro. Algunos días, a más de uno. Hay meses en que fabrican hasta 50 prótesis. A la mayoría de los que llegan desde el sur de Sudán les falta un miembro amputado por una mina, o gangrenado por las infecciones. Porque los caminos de la selva son tan largos como infectos. "En dos o tres semanas, la gente camina con la nueva prótesis. Los sudaneses pesan muy poco y se adaptan en seguida a las nuevas piernas de madera y silicona. Acostumbrados a vivir en situaciones durísimas, los problemas psicológicos no existen entre ellos. No sufren ansiedad ni angustia. No se deprimen como en Occidente". Fernando Vega se asombra cada día. El hospital de Lokichogio es un campo de experimentación del dolor, del talento de los africanos para afrontar la cara más áspera de la existencia y salir airosos.

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