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Tribuna
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Qué semana

Por más que lo intentes, te escondas debajo de la piedra más remota, duermas, viajes, o camines sin tregua, no, no podrás escapar jamás. Si amaneces en el Caribe con tu chica y el mar está azul y verde, en el crepúsculo vas a ver cómo las olas de la playa te acercan un pie morado de penitente, mientras en el horizonte se dibuja una línea siniestra de capuchones muy puntiagudos que profieren grandes, terribles amenazas, cantadas además. Si decides, obstinadamente, recorrer en moto la ciudad vacía, no lo dudes, de cada esquina pastelera te llegará el rebufo chocolatón, insufrible y pegajoso de las monas de Pascua. Si vas de cine en cine, o si te atas a la pata de tu vídeo y optas por lo más intrigante, por lo más calamitoso o por lo Más sucio, si vas y vuelves entre Allen, Tarantino o Malle, tampoco va a ser posible: al fondo de la retina, en lo más hondo del cerebro, ahí estará Charlton Heston separando las aguas. Si te cierras, pero de verdad cerrado, provisto como para un largo asedio de los foie que convienen, del mejor y más sangrante roast beef de la ciudad, si te empeñas en descubrir los abundantísimos matices de los primeros tintos jóvenes del año, este 94 que va a hacer historia, no te empecines: el hígado y la carne van a saberte sólo a ese bacalao untuoso y bobo que cocinaba el viernes mamá, y en el fondo del vino, nada, ninguna otra cosa habrá que el sabor a canela del zurracapote que preparaba el tío Pepe, por lo demás, la única alegría que gotea en el recuerdo. Una sucesión de domingos por la tarde -esa otra pedrada del tiempo de la que es imposible escapar- se abre hoy sin que su final se otee siquiera.

Así, pues, nada queda por recomendar sino resignación y mucho rezo.

Darse muy a fondo al aburrimiento.

Ya escampará.

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