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Tribuna
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Patillas, patanes y patosos

Así como la calidad de ' los campeonatos suele medirse por la altura de sus equipos de vanguardia, el estilo de los clubes de, fútbol se mide por el comportamiento público de sus presidentes. En lo que respecta a méritos deportivos, la tabla decidirá; por lo que se refiere al estilo de los capitostes, ya no hay duda: España dispone del más exhuberante plantel de patosos de toda Europa.¿Qué hemos hecho nosotros pata merecer esto? Los datos son abrumadores: en vez de surgir una línea de directivos capaces de reforzar la categoría de las sociedades que representan, aquí ha prosperado un pelotón de cebollinos en el que cada cual hace un descomunal esfuerzo por adelantar al contrario en la conquista de la estupidez. En cuanto ven un micrófono cerca, estiran el cuello, inflan la pechuga y se ponen a mugir con una sorprendente desenvoltura bovina. Varios antropólogos están alarmados: ningún vestigio de pudor corporal hace temblar, aunque sea un segundo, sus robustas papadas.

La sintomatología del dirigente patoso es muy variada. Algunos muestran evidentes señales de re torno al gorilismo, otros sufren ataques agudos de persecución- y los más, en fin, exhiben el mismo juego de neuronas que un langostino a la plancha. También la sociología nos debe una explicación: ¿cómo es posible que haya tres fantoches por cada tipo sensato? Item más, con estos maetros, extrañarse de que algunos discípulos se pongan a apedrear autobuses a la puerta del.estadio?

Además de probar a diario una prodigiosa habilidad para el embrollo, son la reivindicación. histórica de los antiguos presidentes de república bananera. Su capacidad para el desastre es tal que si, aconsejado por un asesor suicida, uno de ellos se callase durante una semana, in fundiría a sus jugadores tal estado de sosiego místico que los chicos acabarían saliéndose de la tabla. Se dice como atenuante que han llega do a sus puestos por una demostrada capacidad para hacer fortuna. Es natural: la mayoría de ellos no se lleva la mano al bolsillo ni para ras carse el pubis. ¿Tiene solución el caso? Veamos. Tal vez podríamos exportar al resto del orbe esta espectacular colección de patanes, fanfarrones y perdonad vidas, pero haríamos un dudoso servicio a la humanidad. O quizá pudiéramos subvencionarles una vuelta al mundo, en mula. Pero, pensándolo mejor, reunirlos sería una imprudencia temeraria.

Con toda certeza emprenderían una nueva guerra mundial.

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