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EL CAMINO DE LA EUROCOPA

Un tropiezo sin trascendencia

España no pudo pasar del empate ante una conservadora selección belga

Santiago Segurola

La selección española mantiene abierto su camino hacia Europa. El empate corta su trayectoria triunfal, pero no establece dudas sobre su clasificación. Sobre todo después del empate de Dinamarca en su visita a Chipre. Sobre el juego hubo algunas. Le faltó paciencia y precisión para imponerse a Bélgica, un equipo reservón, sin ningún interés por el juego. Los belgas sacaron el empate, pero perdieron prestigio en un partido que pasó de árido a brusco cuando los dos equipos decidieron buscarse los tobillos. El clima de guerra favoreció muy poco los intereses de España, que tuvo poca claridad para resolver los problemas que le propuso el denso entramado defensivo de sus rivales.El partido se montó sobre unas condiciones muy poco edificantes para el fútbol. La primera traba la puso Bélgica, un equipo reservón que aceptó su condición de inferior. Siempre han tenido los belgas una querencia a la especulación y a vivir del juego defensivo. Pero en cada una de sus épocas ha habido tres o cuatro jugadores interesantes y listos, como Van Himst, Van Moer, Ceulemans o Scifo. Los belgas de estos días han renunciado definitivamente a la clase y predican un fútbol miserable. La obsesión por las marcas individuales fue delatora de su renuncia al juego. Un tal Karagiannis se dedicó a Guerrero en toda la extensión de la palabra. Le tomó la medida, le siguió y finalmente le encontró.

Este Karagiannis pertenece a la especie de los cazadores. Vive la desesperante rutina de seguir cada tarde a un adversario y buscar su peroné. Como ocurre en estos casos, el perseguido acostumbra a burlar a su perseguidor y le deja sumido en la desesperación: Guerrero marcó el gol español y a continuación se fue a la caseta con el tobillo triturado por su vigilante.

La sucesión de marcajes individuales fue completada por Renier sobre Julio Salinas y Smidts sobre Luis Enrique. Era una escena patética, indigna de un juego que ha avanzado hasta el umbral del siglo XXI. La selección española respondió con pocas ideas a la limitada propuesta de sus rivales. Sólo se metió de verdad en el partido cuando la noche se puso áspera. Brillaron entonces los tacos y el partido derivó hacia un choque físico, el clásico cuerpo a cuerpo que saca la vena agria de los futbolistas. El encuentro, que se había desarrollado con cierta apatía hasta la llegada de los goles, tomó después un camino belicoso. Cada acción se ventilaba con una patada, por detrás si era posible.

Bélgica no hizo nada por ganar el partido y tampoco por empatarlo. Aprovechó la indefinición del juego español en el primer tercio del encuentro y se encontró con el empate un minuto después del gol español. El tanto de Guerrero escondió algunas claves que España debía haber manejado antes. La cadena de marcajes individuales necesitaba una respuesta inteligente: el desplazamiento de Guerrero a la banda, la aparición de Luis Enrique por zonas interiores y la búsqueda de rutas diferentes por parte de Salinas.

Algo de eso ocurrió en el minuto 25. Luis Enrique se trasladé a la banda izquierda, abrió un interrogante en su sabueso y propuso el gol con dos regates y un taconazo hacia Emilio Amavisca, que tiró el centro al segundo palo, donde apareció Guerrero para empujar la pelota. Esos goles tienen el perfil inequívoco de Julio Salinas, pero también es muy propio de Julen Guerrero aparecer por sorpresa donde verdaderamente se hace daño.

El tanto no tuvo trascendencia en el partido. Hubiera sido suficiente en condiciones normales, con la superioridad evidente de la selección española y las dificultades de Bélgica para cambiar de registro. Salir de la chapuza de la marca al hombre para buscar el empate requería más talento de lo que tenía el equipo que dirige el técnico Van Himst. Pero la selección belga tuvo la fortuna de neutralizar el gol de Julen Guerrero un minuto después. Volvió, por tanto, a emboscarse en su campo, falta va y falta viene, con la esperanza lejana de sacar algo positivo en algún contragolpe de Degrise y De Bilde.

Las condiciones quedaron dispuestas para un partido abrupto. Bélgica se negó a jugar y España equivocó un tanto los papeles. Corrió mucho y tocó poco. Advertida la diferencia de calidad de los dos equipos, España podía haber sacado producto de la paciencia y del talento superior de sus jugadores. Pero su fútbol tuvo un aspecto descosido. Cuatro remates largos, alguna llegada por los extremos y la sensación de que el gol era posible, pero el juego se había convertido en un ejercicio de voluntad y no de precisión.

El estado de las cosas favoreció los interereses de los jugadores belgas, metidos en la trinchera, con su juego pequeño y demasiado triste, un equipo de medio pelo que salió vivo de casualidad.

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