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Muere Garay, el precursor del 'líbero'

Jesús Garay, 64 años, se unió ayer a la diáspora sin retorno de la historia del Athletic: Panizo, Venancio, Gaínza. El contragolpe mortal alcanzó a la defensa en la que Garay dispuso de mando en plaza cumpliendo entonces una doble misión: la contundencia que exigía el fútbol de la época y la estética que diseñaría la figura del defensa libre. Garay fue un precursor que introdujo, junto a otros, la elegancia en el contexto futbolístico español. Eran otros tiempos pero Garay, desde que debutara en la temporada 50-51 en el Athletic conformando con Orúe y Canito una defensa también mítica, ya estaba en éstos. El futuro le citó desde que se aproximó a un balón. Elegante en una época contundente, sobrio, en un periodo muscular del fútbol, el destino le condujo a convivir con la mítica delantera del Athletic. No podía ser de otro modo. Garay estaba condenado a militar en la revolución preconizada por Panizo (incomprendido), Gaínza (genial), Zarra (contumaz), Iriondo (cerebral) y Venancio (visceral).Pero el destino le llamó también para iniciar en buena medida la revolución empresarial del fútbol. En el verano de 1960 el Barça le llamó a su regazo y, al margen de estipulaciones concretas, el trato revolucionó el fútbol metalúrgico de la capital bilbaína y las estructuras del fútbol español. Garay se fue a Barcelona pero a cambio el Athletic edificó una nueva tribuna en San Mamés, la tribuna de Garay. Los aficionados no se preguntaron jamás el coste de la operación. Su elegancia deportiva se transfirió a la estética de San Mamé9 mientras Barcelona se apoderaba durante cinco años de sus conocimientos futbolísticos, los que iban de 30 a 35 años, edad entonces hábil para la práctica deportiva. El último estanque lo encontró en Málaga donde concluyó su carrera para regresar a Bilbao a adiestrar cachorros en Lezama. Hace un par de meses Garay y Gaínza dialogaban al borde del mar, en la localidad veraniego de Bakio, sobre sus andanzas futbolísticas. Desgranaban un catálogo del pasado sin entrever quizá -escépticos y humildes ambos- que el presente y acaso el futuro les había elegido a ambos para convertir en arte el simple ejercicio de golpear un pelotón.

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