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Los hermanos enfrentados

Siete meses antes del escrutinio por sufragio universal para elegir al sucesor de François Mitterrand, el 23 de abril y el 7 de mayo de 1995, Francia está ya inmersa en plena campaña electoral. Solamente los candidatos de, los partidos que no tienen posibilidad de vencer se están dando a conocer, empezando por Jean-Marie Le Pen, con el fin de aprovecharse el mayor tiempo posible de esta increíble oportunidad de publicidad gratuita. Por el contrario, los candidatos serios están interesados en retrasar lo más posible el anuncio oficial para conservar la imagen y la estatura del hombre de Estado que no descuida los asuntos del país mostrando una ambición electoral ante la inminencia de la campaña legal.En la izquierda, esta reserva tradicional se mantiene estrictamente por una razón muy simple: sólo queda un candidato posible en ese sector, y desde luego no tiene la ambición de convertirse en presidente de la República. El cambio ha sido espectacular desde el verano pasado, cuando se hundió Michel Rocard, proclamado candidato natural de los socialistas después de haber conseguido el puesto de primer secretario del partido el año anterior. Sus cargos de jefe del partido y de líder nacional no resistieron a las elecciones europeas del 18 de junio pasado, en las que los resultados de un 14,5% (frente al 23,6% de 1989) castigaron una lista abandonada a las tribus del partido y una campaña lamentable de su dirigente. Tras dimitir de su cargo en el Partido Socialista y de su alcaldía de lle-de France, ha cedido su puesto de candidato a Jacques Delors. Pero éste no tiene ganas de aceptarlo. ¿Podría rechazarlo el próximo enero o febrero si los sondeos le dan alguna posibilidad de vencer? Parece dudoso.

Esta reserva, que los medios de comunicación han tomado en serio, impresiona a los futuros electores especialmente por su contraste con la agitación de los dos principales competidores en la derecha: Édouard Balladur y Jacques Chirac. Uno y otro rehúsan virtuosa y públicamente proclamar sus candidaturas, pero ambos se comportan como si fueran candidatos, y ya han puesto en funcionamiento sus equipos electorales. La prensa, la radio y la televisión siguen paso. a paso la sorda batalla de los que han bautizado no candidatos. ¿Cómo no iban a estar fascinados los lectores, los oyentes y los espectadores por una lucha fratricida que ve enfrentarse a dos personajes de un mismo partido, unidos también por una amistad de treinta años, según lo ha formulado uno de ellos? Este combate parece desbordar cada vez más la fase preliminar de la designación de un candidato por el partido para llegar incluso hasta la primera vuelta de los propios comicios presidenciales.

En un principio, las cosas parecían dispuestas para que la derecha no fuera víctima, al término de la cohabitación de 1993 a 1995, de las maniobras del presidente de izquierdas François Mitterrand, que desestabilizó al primer ministro Jacques Chirac al término de la cohabitación de 1986 a 1988. Para evitar que su última oportunidad de acceder al Elíseo fuera saboteada del mismo modo, Chirac decidió en 1993, de acuerdo con Édouard Balladur, que, tras vencer en las elecciones, este último ocuparía las funciones de primer ministro, mientras Jacques Chirac permanecería en su doble fortaleza del Ayuntamiento de París y la dirección del partido para preparar su candidatura a la presidencia de la República en 1995. Los dos políticos llegaron a un pacto de caballeros según el cual al nuevo jefe del Gobierno se le garantizaba el apoyo de la mayoría durante la cohabitación, mientras que él se comprometía a su vez a apoyar a Jacques Chirac en la campaña de las elecciones presidenciales. Este acuerdo pasaba por alto el hecho de que para la mayoría de los políticos el poder ejerce un atractivo irresistible y devora las amistades, sobre todo cuando éstas se han formado a su sombra.

Así que Francia corre el riesgo de encontrarse en abril y mayo de 1995 en una situación paradójica y curiosa. Obstinados uno y otro, Édouard Balladur y Jacques Chirac se encuentran ahora profundamente comprometidos con una candidatura a la presidencia que Fingen no proclamar, pero dejan traslucir en sus comportamientos. La mayoría de los observadores consideran que ahora ninguno de los dos puede ceder, por lo que en la campaña presidencial de 1995 se asistirá al enfrentamiento de los dos personajes más representativos del partido de la derecha más grande y mejor organizado: la RPR (Unión por la República), sucesor de la RPF (Unión por Francia), creada por el general De Gaulle en 1947. El primer ministro de 1986-1988 y el actual de 1993-1995 se enfrentarán para convertirse en su cuarto sucesor; uno y otro apelan al fundador de la V República y no son en absoluto indignos de él, quien por lo demás habría contemplado con una mirada divertida estos juegos de la política de partidos.

Pero, a pesar de todo, nada es seguro todavía. Si la considerable diferencia en los sondeos, en los que Balladur va en cabeza, se mantiene hasta comienzos de 1995, hará reflexionar probablemente a Chirac. Sobre todo porque si permanece en solitario, la candidatura de Raymond Barre, primer ministro de 1976 a 1981, se opondría sin duda a la suya, con ciertas posibilidades de éxito. gracias al apoyo de los diversos partidos federados en la UDF (Unión por la Democracia Francesa), que suponen la otra mitad de la mayoría de derechas. Pero incluso aunque ambas provengan de la RPR, no es seguro que la existencia de dos candidaturas serias en la derecha debiliten las posibilidades de ésta, ya que cada uno de los competidores puede recuperar mejor algunos votos marginales que escapan más fácilmente a una candidatura única. Así, Chirac podría atraer en la primera vuelta más votos procedentes de la extrema derecha que Balladur o Barre, quienes atraerían más votos centristas que el primero. Aquel de los dos que permanezca en la competición en la segunda vuelta podría conservar el total de los votos de ambos. A prior¡, Chirac parece peor colocado que su oponente para esa vuelta decisiva. Pero la izquierda tendría interés en verlo en cabeza, porque Jacques Delors podría desbancarle con más facilidad que a un candidato situado más al centro.

Nadie parece pensar en otro aspecto del problema que tal vez sea el más importante: el de los jóvenes electores que se sienten engáñados por estas luchas entre personajes que prolongan enfrentamientos de una era de la que nos separan profundamente las revoluciones europeas de 1989 que hicieron caer el telón de acero y el comunismo dictatorial. Muchos piensan que Francia debería llevar al poder a las nuevas generaciones. Sueñan con unas elecciones presidenciales de 1995 en las que se enfrentaran ya los dos personajes en los que se empieza a pensar para las del 2002: en la izquierda, Martine Aubry, que se confirma cada vez más como la gran esperanza de un partido socialista renovado; en la derecha, Alain Juppé, ministro de Asuntos Exteriores que ha ocupado en 18 meses un puesto de primer orden en la política de Francia y de la Unión Europea. Pero, desgraciadamente, "no hay que soñar".

Maurice Duverger es profesor emérito de la Sorbona.

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