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BALONCESTO LIGA A. C. B.

Lección de Unicaja

El Estudiantes fracasa en su casa ante el equipo malagueño

La exhibición del Unicaja fue de tal magnitud que el Estudiantes corre el grave peligro de pasar la página con condescencia amparándose en el perfecto partido del rival. Y al Estudiantes le urge profundizar en las causas de la debacle, que distan mucho de ser anecdóticas. El Unicaja jugó de manera antológica, al nivel de la dirección de su entrenador, Javier Imbroda. Pero si lo tuvo todo tan fácil fue, en gran medida, por las tremendas facilidades de un Estudiantes que lleva más de un año buscando su identidad.Ayer -día de celebraciones, con homenaje a viejas glorias y demás- tampoco la encontró. Y eso que, de haber puesto atención, le habría bastado con copiar a su enemigo. El equipo malagueño arrasó al Estudiantes utilizando las viejas armas colegiales, ahora en desuso: defensa agresiva, solidaridad en el esfuerzo reboteador, rapidez en el contragolpe, chispa, desparpajo, unión. La hinchada local se encontró confundida por el cambio de papeles. Su equipo jugó con pesadez y falta de ideas ante la ligereza y la habilidad táctica de sus rivales.

Fue un gozo observar el trabajo de Ansley, Miller y Reyes debajo de los tableros, comprobar la alegría en el manejo de Rodríguez y asistir con asombro al festival ejecutivo de Bosch (21 puntos en la primera parte) y del ruso Babkov (17 en la segunda). Era la clase de baloncesto que habría firmado el Estudiantes en sus buenos tiempos, cuando practicaba el baloncesto más deshinibido de la Liga.

A este cúmulo de cosas bien hechas, el Estudiantes oponía la inseguridad de sus bases, el desacierto de sus tiradores y la inferioridad manifiesta de sus pivots, literalmente aterrados ante la capacidad disuasoria, en forma de tapones, de los estadounidenses del Unicaja. Era un lastre demasiado grande. La derrota comenzó a atisbarse desde los primeros instantes. El técnico estudiantil, Miguel Ángel Martín, sobrepasado, como su equipo, por el partido y por el rival, tampoco recibió árnica del banquillo: los suplentes no aportaron ni un solo punto. La lucha de Michael Smith todavía sonrojaba más a los madrileños, limitados a ese viejo recurso individualista de equipos pequeños.

Manel Bosch, con cinco triples casi consecutivos, había dejado resuelto el compromiso en el intermedio (34-48). La segunda parte sólo sirvió, alarde malagueño al margen, para certificar otra mala noticia para el Estudiantes: ya no puede presumir ni siquiera de su, en otros tiempos, proverbial poder de reacción.

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