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Récords

Enrique Gil Calvo

Estar de vacaciones tiene sus ventajas. Algunas, como visitar bosques de hayas o arquitectura popular, son evidentes por sí mismas. Pero otras son más elaboradas, pues precisan el contraste con el resto del año para poder saborearlas. Algo así me ha pasado a mí este mes, al descubrir que se puede vivir despreocupado de la cosa pública. Durante el curso político te acostumbras a vigilar la actualidad para poder exprimirle el jugo y destilarlo en las columnas. Pero cuatro semanas sin hacerlo te permiten recuperar distancia, pues alejarte del escenario del poder te devuelve la ecuanimidad.La clase política la forman cuatro clases de actores, que representan sus papeles ante el coro de espectadores que les contemplan: los altos cargos de la Administración, los directivos de las grandes empresas, los periodistas y los militantes de partidos o sindicatos que cuentan con responsabilidad. Pero la obra que ponen en escena sólo es inteligible para los iniciados que la protagonizan o contemplan. En eso es algo tan cerrado como el gueto del mundo de los toros. Vista desde dentro parece tan apasionante y llena de fragor e incertidumbre como una pieza shakespeariana. Pero vista desde fuera parece la jaula de los osos blancos que había en el antiguo zoo del Retiro, con los animales repitiendo los mismos gestos maquinales que les dejaba el escaso espacio en que se encerraban, totalmente ajenos a la incomprensión del público curioso que aburridamente les observaba.

A la vuelta de vacaciones observas a los políticos y te vuelven a parecer los mismos osos blancos de siempre, como si este mes no hubiese pasado para ellos y continuasen encerrados en la jaula de su único juguete (el poder), absolutamente ajenos a la cotidiana realidad ciudadana. Pero para mí este mes no ha pasado en balde: libre de la necesidad de vigilar al poder, he podido atender antojos callejeros. Y de pronto he advertido una cosa muy curiosa: los españoles de a pie ostentamos algunos récords que desmienten nuestra mala conciencia ciudadana. Somos los europeos que más órganos donamos para trasplantes y los que más hemos contribuido a sostener las organizaciones no gubernamentales que trabajan como voluntarias en Ruanda. Para que luego los políticos nos acusen de egoísmo e insolidaridad.

Estos dos récords positivos contrastan con otros cuatro negativos: somos los ciudadanos europeos que menos nos afiliamos a organizaciones sindicales, que menos militamos en partidos políticos, que más defraudamos al fisco y que más objetamos el servicio militar. ¿Cabe pensar que hay contradicción entre tanta solidaridad civil y tan baja participacion política? Creo que no. Y sospecho que una cosa es la causa de la otra. Sencillamente, somos tan solidarios, altruistas y comprometidos con la cosa pública como los demás europeos. Pero nos negamos a militar en organizaciones como los ejércitos, los sindicatos y los partidos políticos, cuyos militantes son todo menos altruistas: sólo tiran para casa, caiga quien caiga y saltándose a la torera todo lo que haga falta (leyes anticorrupción incluidas). Y por eso, como no hay cauces políticos dignos de participar en ellos, preferimos mil veces volcarnos en los cauces extrapolíticos: voluntariado, ONG, donaciones privadas. Antes limpios, aunque apolíticos, que politizados, pero sucios.

¿Qué pasa con la clase política española? No sólo vive a espaldas de la ciudadanía, sino, además, encima, vive a su costa, que es lo que a ésta menos le gusta. Por eso me parece trascendental redefinir las relaciones entre la clase política y la sociedad civil: ésta es la más importante tarea que le aguarda a la comisión parlamentaria de financiación de los partidos. Lo que está en juego es el futuro de nuestra cultura cívica. Y por eso hay que hacer una segunda transición. Pero no para echar a Guerra y poner en su lugar a Aznar, que casi parece peor. Sino para rehacer las reglas políticas de juego limpio, porque las que hay, hechas durante la primera transición a espaldas de la ciudadanía, están ya impracticables de tanto violarlas con impunidad.

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