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Reportaje:

Maleva melancolía a la sombra del monasterio

Carlos Montero lleva a la Universidad la melodía de arrabal

El cantante Carlos Montero (Buenos Aires, 1938) consiguió resumir el martes, en poco más de una hora, la historia universal del tango en los Cursos de Verano de la Complutense. El salón de actos del Eurofórum se abarrotó. Montero interpretó varios de los tangos más bellos de todos los tiempos. Conté con la brillante colaboración de los bailarines argentinos Beatriz Romero y Pablo Ojeda.Carlos Montero (afincado en Madrid desde 1963) estructuró su recital cronológicamente y fue evocando a los grandes compositores, poetas e intérpretes de esta música genial nacida en los lupanares porteños a finales del siglo pasado (al mismo tiempo que el jazz y el bolero). Con su guitarra austera y su voz cercana al susurro, recordó a Homero Manzi (Malena), Santos Discépolo (Cambalache; Yira, yira; Victoria), Piazzola (Setenta balcones), Carlos Gardel (Melodía de arrabal, El día que me quieras, Volver), Borges (Milonga de Albornoz), Homero Expósito (Quedémonos aquí), Eladia Blázquez (Qué buena fue). Montero imprime al tango un recogimiento gregoriano. Canta hacia dentro, con talante sosegado y endocrino.

Entre canción y canción, Montero recordó brevemente que esta música proviene del candombe, la habanera y, sobre todo, la milonga; que al principio era un baile procaz de gente de vida airada, de putas y compadritos temerarios; que los salones de París maquillaron al tango y limaron sus asperezas lúbricas; que, a pesar de ello, hay tangos francamente cimarrones, como Con qué tropieza que no entra o Dos sin sacar; que no todo son lamentos por la ingratitud femenina, como en Victoria, en el que un individuo se pone más contento que una castañuela cuando le abandona su mujer; que grandes escritores, como Cortázar, Benedetti o Borges, han escrito tangos.

Los bailarines Pablo y Beatriz dieron colorido, también magistral, al concierto. Si el cantante invitaba a la metafísica, ellos incitaban a la física carnal, al ayuntamiento glorioso. Salieron cuatro veces a escena con otras tantas indumentas representativas de diversas épocas.

Carlos Montero se siente eslabón de un estilo interpretativo iniciado por Gardel y Edmundo Rivero: el tango para oír. Habla con entusiasmo de Santos Discépolo, "que reflejó en sus letras el sentido tragicómico y subversivo de la vida". Considera a Astor Piazzola, recientemente fallecido, como el gran revolucionario: "Piazzola es al tango lo que Stravinski o Bartok a la música clásica. Él rompió con todo, desenquilosó las estructuras armónicas y dio al tango una proyección de largo alcance". Además, realizó magníficas fusiones con el saxofonista de jazz; Gerry Mulligan". Recuerda también con cariño a Roberto Goyeneche, gravemente enfermo. "Goyeneche es un hito. Comenzó cantando con orquestas de baile. Ya en edad tardía, se volcó en el tango como canción para escuchar y paladear; justamente, lo que yo pretendo", concluye.

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