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La metáfora clínica

Francisco J. Laporta

Parece volver el viejo estilo de ilustrar las cuestiones políticas con metáforas médicas. A lo largo de estos meses se ha dejado sentir con particular intensidad. Por la magia de la retórica algunos de nuestros problemas colectivos han quedado convertidos en supuestos de medicina práctica: se diagnostica la enfermedad, se aventura la terapia, y se ofrece uno como el médico más idóneo. Aunque eso que llamamos sociedad, economía o política sean cosas que no se parecen en nada a los organismos biológicos conocidos, hay sin embargo muchos que no dudan en aseverar que se encuentran alarmantemente enfermos. Suele tratarse además de enfermedades epidémicas. Debería resultar evidente que la mayoría de estas peroratas son producto del oportunismo político o, en nuestro caso, del viejo arbitrismo hispano. Pero los episodios que hemos vivido estos meses no invitan a tenerlas por inocentes. Se me dirá, con razón, que medicina y política han sido invocadas juntamente a lo largo de la historia con los propósitos más diversos, algunos de ellos perfectamente aceptables. El móvil que impulsa a Platón a comparar los legisladores con los médicos no es el mismo que el que lleva al arbitrista a pedir amputaciones y cirugías sociales. Y no puede compararse tranquilamente un simple recurso literario, por gastado que esté, con una argumentación política capciosa. De acuerdo, pero a pesar de todo sigo pensando que debemos tener cuidado con la metáfora clínica. Trataré de explicar por qué.El reparo más evidente y más viejo es el que se ha hecho desde siempre a la consabida invocación a la cirugía. "Medidas quirúrgicas" es expresión muy querida por el autoritarismo incontrolado: "Cortar por lo sano" es su operación favorita. Y "extirpar": siempre encuentra algo que extirpar. Pero estas connotaciones son tan toscas y evidentes como para no resultar especialmente inquietantes. Se delatan tan claramente que pierden su condición de peligro. Hay, por el contrario, otras implicaciones calladas cuya labor de zapa se me antoja mucho más alarmante. La primera de ellas es una imperceptible inclinación del ciudadano a abandonar su propio criterio. Es el equivalente político de la actitud pasiva que preside el trato médico-enfermo. Igual que el paciente suele renunciar a su juicio y quedar inerme en manos de su médico, se dan en estos asuntos vidriosos una enajenación del papel del ciudadano en la búsqueda y control de las posibles soluciones. La segunda implicación inconveniente es la transmisión generalizada de una extraña e inconsciente sensación de vivir en un medio ambiente con riesgo de contagio. No se logra con ello despertar en la gente cautelas razonables; más bien se alientan desconfianzas, miedos y neurosis que lesionan el tejido social y provocan recelos intensos. Una sociedad así incomunicada y medrosa es entonces una sociedad a merced del galeno de turno. La tercera trampa que se nos tiende con la metáfora clínica es una característica inclinación a suponer que cualquier medida está justificada de antemano por la presunta urgencia y gravedad del mal. No hay que andarse con paños calientes. El poder del curandero se ejerce entonces sin límites, y las garantías del ciudadano se pierden en la subasta de los gritos y las recetas. Cualquier persona de la que se recele es tratada entonces como si fuera un virus o una pústula..

Pues bien, la corrupción política es como la enfermedad en un sentido metafórico muy preciso y deplorable: en el sentido de que tampoco ella logrará nunca ser erradicada del todo y seguirá desafiándonos permanentemente. En lo demás no es ninguna enfermedad. Al tratarla como tal sólo vamos a provocar entre los españoles tres actitudes que acabaremos lamentando: Los veremos abandonar su juicio a quien más voces dé y más aspavientos haga, los veremos mirar como una lepra a toda política y a todo político y los veremos -ya los hemos visto- regodearse en indecentes linchamientos públicos ayunos no sólo de toda garantía individual. sino también de cualquier buen gusto. Para conseguir esta hazaña llevan algún tiempo unidos en íntimo comercio cierta forma de hacer política y cierta forma de hacer periodismo. Esperemos que semejante apareamiento no se prolongue mucho y, en todo caso, que no deje entre nosotros demasiada descendencia.

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