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Tribuna
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Bonito

Un servidor no pasa de ser un aficionado a ver deporte, el que sea, cuando se tercia. No soy un técnico, ni entiendo de triangulaciones. No sé la razón por la que Brasil equipo de fútbol "ha dejado de tener creatividad" -como aseguran los que saben- o carece ya "de convicción con la pelota", y no digamos cuando se afirma que es "inseguro con la circulación" (no sé si sanguínea, de balón o de tráfico, que en Río de Janeiro es un verdadero problema). A mí, qué quieren que les diga, me parece que juegan al fútbol como los ángeles. Luego les diré por qué.Sé seguro una cosa: hay deportes en los que, para ganar, hay que jugar bien, y otros en los que el triunfo lamentablemente no requiere particular belleza. Por ejemplo, para que Conchita Martínez ganara en Wimbledon (que se pronuncia uimbeldon y no uimbledon, como se empeñan en decir nuestros más propincuos locutores) fue preciso que jugara como lo hizo: con precisión, potencia y, sobre todo, belleza. Para jugar bien al tenis, hay que jugar bonito. No existe en este deporte la eficacia como virtud independiente.

Pues en el fútbol, a juzgar por la proba labor realizada por el equipo español, no hace falta más que aplicar la teoría del punterazo, tente tieso, suerte y que Zubizarreta no produzca una cantata. Con eso, se gana o, en el peor de los casos, se empata y se va progresando, que es lo que cuenta. Y, al contrario de lo que me ocurre con el tenis (deporte en el que ni en los sueños más eróticos soy capaz de enfrentarme con Pete Sampras y pegar los zurriagazos con los que él se manifiesta en la cancha), en esto del fútbol, largos periodos del partido España-Bolivia, por ejemplo, me trajeron a la memoria, y sin desdoro para mí, los enfrentamientos en los que yo participaba en el patio del colegio durante los recreos hace ya una cuarentena de años. Allí salíamos a jugar 20 contra 20 (los otros seis se iban a los retretes a fumar) con una pelota bicolor de goma y, en cualquier lugar de la cancha, peleábamos por ella diez o doce, dando patadones y fallándola casi siempre.

A mí me gustaría que España jugara al fútbol como Brasil. Es muy sencillo. No sé si usted, amigo lector, estará de acuerdo conmigo. Por cuanto nos enseña la televisión, cuando un brasileño recibe el balón, se da la vuelta, se encara con la portería contraria y envía la pelota a un lugar complicado, lleno de defensores, pero en el que se encuentra un amigo suyo que, inmediatamente después, hará lo mismo con otro anúgo. Y así hasta llegar a la portería y complicarle la vida al portero. Los españoles, por su parte, echan labola para atrás, a ver qué pasa.

Los mejores brasileños juegan normalmente en España. Si tenemos una suerte inmensa y conguimos que se duerman los contrarios, a lo mejor jugamos la final con Brasil. Clemente comprobará entonces que lo que hacen los brasileños en la Liga española es más eficaz que lo que él quiere que hagan los españoles en el Mundial de Estados Unidos y comprenderá por qué en el Barça el titular es Romario y no Julio Salinas.

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