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Sabino Fernández Campo arremete contra los políticos que se aferran al poder

Sabino Femández Campo se rebeló contra El Príncipe de Maquiavelo. Dieciocho meses después de haber cesado como Jefe de la Casa del Rey, y con motivo de su discurso de ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, Fernández Campo arremetió ayer contra el divorcio de la ética y la política. Criticó la concentración de poder en una persona, reprochó a los políticos que pongan más esfuerzo en ganar elecciones que en gobernar y alertó del peligro de una clase política "en la que perder el poder constituya una preocupación y un temor que dirija e inspire la forma de proceder de quienes pertenecen a ella".Su toma de posesión de un sillón que antes ocuparon los generales Díez Alegría y Salas Larrazábal, estuvo presidida por los Reyes. A ellos se dirigió en primer lugar Fernández Campo para recordar el "privilegio" de haberles servido durante 17 años y "el dolor de la última semana del desprendimiento".

Su discurso, dedicado a El Príncipe de Maquiavelo, fue escuchado por un público que abarrotó varias salas y entre el que se encontraban decenas de personalidades, entre ellas Luis Ángel Rojo, gobernador del Banco de España; el ex presidente del Gobierno Leopoldo Calvo Sotelo; los banqueros José Ángel Sánchez Asiaín y Alfonso Escámez; el presidente de la Conferencia Episcopal, Elías Yanes y el presidente de Asturias, el socialista Antonio González Trevín. La respuesta al discurso de Fernández Campo estuvo a cargo del ex ministro de Asuntos Exteriores José María de Areilza.

Acceso al poder

El discurso de Fernández Campo fue un durísimo alegato contra la concepción, y el ejercicio, de la política como técnica cínica para el acceso y conservación del poder. Aseguró solemnemente que no aludía a ningún país en concreto, pero muchas de sus reflexiones podían ser aplicadas a España.Según él, "puede darse la circunstancia de que a quienes más alarma e inquieta perder el poder, en el sentido de tener que abandonar un cargo político, sea precisamente a los menos válidos, a los más incompetentes, porque van a encontrar mayores dificultades para retomar a su vida anterior y para conseguir acomodarse a nuevas actividades".

De ahí que, según Fernández Campo, "hay que iniciar ya la labor purificadora y, si es necesario, represiva y sancionadora, para resaltar los valores morales positivos y desterrar los censurables". Hoy ya se ve, desde su perspectiva, la apremiante necesidad de "el final de una era y el comienzo de otra, en la actividad política y en la sociedad".

"El aserto de Maquiavelo de que si el príncipe desea obtener el éxito en la política tiene que mentir, engañar, simular, faltar a la verdad, de ser aceptado", agregó, "cuenta con sistemas mucho más poderosos y eficaces que los disponibles en la época del autor florentino. [ ... ] No imaginaba la eficacia de los ditirambos reiteradamente repetidos; de las agresiones verbales o escritas a los enemigos a quienes se trata de desacreditar; de los medios para ensalzar o destruir la imagen de los políticos y grabar en la mente de los hombres los impulsos que dirijan sus ideas e influyan en sus conciencias, aunque en el fondo todo el armazón se apoye en bases no siempre lo suficientemente firmes y auténticas".

El ex Jefe de la Casa del Rey quiso recalcar el peligro, a su juicio, de "una especial concepción ética de la tribu política, con la peligrosa consecuencia de su influencia negativa en el resto de la sociedad, donde se vaya implantando también el cálculo, la simulación y la crueldad".

La respuesta positiva, agregó, debe consistir en "sustituir el interés personal por el colectivo, el el del partido por el de la comunidad y la manoseada e inconcreta razón de Estado por la razón de la Humanidad".

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