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Manuel de la Escalera, o escritor y cineasta

Silencioso y silenciado, el escritor y cineasta Manuel de la Escalera ha muerto en Santander a punto de cumplir los 99 años de vida, de los que 23 los pasó prisionero de la dictadura, en cuyas celdas escribió media docena de novelas, una obra de teatro y la historia Cuando el cine rompió a hablar (editada con este título, en 1971, por Taurus). Había nacido en San Luis de Potosí (México), descendiente de un indiano de Potes (Cantabria), y vivió, desde una precoz militancia comunista, las turbulencias revolucionarias de su tiempo. Sin embargo, fue siempre, sólo y nada menos, un hombre de cultura y como tal fue perseguido y encarcelado una y otra vez durante el régimen de Franco. Sus delitos fueron haber animado en varias provincias el movimiento de cine clubes, haber fundado en Santander el Ateneo Popular y el Cine Club Proletario y haberse encargado, durante la guerra civil, de rodar documentales en el campo de batalla, junto con el pintor Rufino Ceballos y por orden del Estado Mayor del Ejército republicano,Los amigos de Manuel de la Escalera llevaban semanas preparándole un homenaje en Madrid cuando llegó la noticia del fallecimiento. Arrastraba una mala salud de hierro desde sus terribles años de huésped de la enfermería en la cárcel de Burgos (trágico paralelismo con su amigo Miguel Hernández), pero nadie imaginaba su repentina muerte el pasado 22 de abril, cuando todavía le brillaba en los ojos la fortaleza prodigiosa, serena y rotunda de los sobrevivientes. Entre los convocantes del homenaje, finalmente celebrado el jueves, a título póstumo, en la sede de la Sociedad de Autores de España, se encontraban Buero Vallejo, Jesús Aguirre, Javier Alfaya, Julia Peña, Eulalio Ferrer, Manuel Arce, Lauro Olmo, Manuel Gutiérrez Aragón, Ramón Saiz Viadero, Marcos Ana y Juan Antonio Bardén.

La primera novela de Manuel de la Escalera, Muerte después de Reyes, narraba, con implacable y minuciosa maestría, el drama de los condenados a muerte (él mismo) que esperaron el fusilamiento aquella su primera Navidad en la cárcel de Alcalá. Una muerte anunciada (aplazada) para después de Reyes. Algunos se salvaron; él también. El relato se publicó en México (Editorial Era) en 1966 e iba firmado por Manuel Amblard, el apellido de la abuela. La policía franquista no fichaba, dicen, los cuartos apellidos, pero los amigos de Manuel de la Escalera aconsejaron que saliera de España por si acaso. Él, bondadoso y pacífico hasta el heroísmo, se resistía a comprender las razones del prolongado y sanguinario resentimiento de los vencedores. Finalmente se fue a México, donde trabajó para las principales editoriales.

En 1970 regresó a España, sobre todo a Santander, donde se ganó el respeto y el cariño del mundo de la cultura. Jamás se le oyó una queja por los años robados, por su carrera de escritor y cineasta truncada. Era tan libre, por fin, que parecía eterno. Había cumplido los 90 anos y seguía ganando como traductor un sobresueldo con que pagar la residencia en la que vivía sus últimos 17 años. En 1980, el escritor y editor santanderino Ramón Viadero lanzó una edición de bibliófilo de Mamá grande y su tiempo, ilustrada por el pintor Manuel Calvo, y por la misma época se reeditaron, entre otras obras, Cuando el cine rompió a hablar (Ediciones Tantín), y Cuentos de nubes (Ediciones Heliodoro, con prólogo de Buero Vallejo). Los organizadores del homenaje de ahora han coronado su propósimo con el mejor tributo que podía hacerse a Manuel de la Escalera: una bella edición no venal de Ramas de un mismo tronco.-

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