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La cumbiamba de Narcisa y el jinete

Jartos de tanto artículo y tanta sobadera, la Mujer con espejo y el Hombre a caballo se fueron, anteayer por la noche, en busca de cumbiamba. No sería propio acusarles de falta de profesionalidad pues ya llevan un montón de días plantados en el Paseo de Recoletos, aguantando algunas impertinencias y muchos ditirambos, que es más cansado. Ofendidos, podrían decirle a Botero que retire la oferta de dejarles en Madrid pues prefieren seguir viendo mundo.Además, Madrid tampoco ha cumplido. Ocupados por su éxito internacional -éxito mediático y de salón, se entiende-, los geológicos saltimbanquis de la tropa de Botero se habían quedado con el soniquete de La Movida, y las orejas de César Rincón en Las Ventas, y en general la leyenda de que en Madrid las tascas no cierran y la gente duerme la siesta y las madrileñas acuden vestidas de manolas al trabajo, a mediodía, justo el tiempo de tomarse una manzanilla a fin de llegar ya entonadas a los toros. De modo que la primera madrugada el silencio les pilló por sorpresa y pensaron que, como es tiempo de elecciones, aquí al igual que en Colombia, el Gobierno había decretado ley seca, estado de sitio y hasta toque de queda, como es preceptivo.

"Vea pues mija", le dijo el Hombre a caballo a la Mujer con espejo con su acento de Manizales, y ahí comenzó una suave propuesta que sonaría inofensiva a cualquier mujer del universo mundo ignorante del peligro de los paisas; los paisas, como Botero, son los naturales de Antioquia, y Antioquia es la Cataluña de Colombia sólo que poblada de vascos. Las paisas conocen el peligro de los paisas pero no han logrado dominarlo: por algo tienen la mayor fertilidad del mundo y un promedio de diez hijos cada una.

Jinete ayudó pues a Narcisa a bajarse del podio y se desentumecieron con los modales de buena mudanza que en Colombia se estilan y que les ayudaron a pasar más o menos inadvertidos por entre la rantifusa población de camellos, chaperos, infelices y macarras que a esa hora constituye el grueso de la parroquia en Recoletos. Propietarios de dos o tres invitaciones a otros tantos saraos de Madrid, se dirigieron, como buenos provincianos patriotas, a una fiesta de colombianos. Tuvieron ciertas dificultades para que les pararan los taxis y al final sólo pudieron convencer a uno de que les llevara a cambio de colar al conductor con ellos en la fiesta.

En ésta había cumbiamba, cierto -los vallenatos de Carlos Vives una y otra vez-, pero ya todo el mundo andaba poco más o menos jincho de güisqui, y lanzando consignas electorales en favor de Samper o de Pastrana, los candidatos colombianos al cuatrienio, y las mujeres ya sonreían con cara de circunstancias y procuraban que nadie se agarrara aún de las solapas. Jinete, pastranista, se tomó de golpe cuatro güisquies para alcanzar a los demás, y ya se disponía a lanzar aquéllo tan lucido de: "el Partido Conservador es como el Cóndor de los Andes... que se peina con las tempestades", cuando reparó en la entristecida cara de Narcisa y, buen pisco a fin de cuentas, se bajó de su montura a ver que era la vaina. La vaina era que "yo no he venido a Madrid a parrandear con un tomatrago", según le notificó Narcisa. No hizo falta más. Jinete, que ya estaba en la fasesita sentimental, justo después de la de proclamas patrióticas, se subió a su mocho con aspecto de perro, se echó atrás a la mujer y al espejo -el pobre rengo quedó casi acuchillado-, preguntó al taxista por dónde tenía que ir, y enrumbó hacia la otra fiesta con la intuición de los borrachos de que allí su vieja tendría suficientes distracciones y le dejaría beber en paz.

La otra fiesta era uno de esos típicos guateques del Madrid oficioso, en los que conviven galeristas con jóvenes novelistas airados, concejales y hasta ministros con cineastas insolentes, y periodistas con profesionales de los cócteles, y aunque les habían invitado con afán e insistencia, como si su presencia fuese la condición del festejo, lo cierto es que nadie les reconoció. Casi nadie tuvo ni siquiera tiempo de reconocerles. En la puerta había un gorila que les exigió la invitación, y la Mujer quedó tan sorprendida con la rudeza de sus modales y los filos de su acento que no tuvo tiempo de impedir que el Jinete se bajara del caballo y alegara; ni siquiera tuvo éste la oportunidad de sacar el primer puño, y eso que en Medellín tiene fama de pequeñito, pero manga. Los policías y escoltas que custodiaban la puerta se los llevaroná los dos a la guandoca, y al caballo y al espejo, antes de que pudieran decir que la fiesta era para ellos". Entretenidos con la polémica de si la gordura es arte y la es peculación de cuánto cuesta un botero en Nueva York, ninguno de sus amigos concejales, o periodistas, o ricos, o ministros, les había advertido que en Madrid, capital de Europa, es arriesgado ser sudaca.

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