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Reportaje:

La última frontera

Tierra de pastores, agreste y montaraz territorio fronterizo en el vértice superior de la provincia, lindando con Ávila y Segovia, Santa María de la Alameda acoge bajo su advocación siete núcleos de población, separa dos más que unidos por valles y cerros. El joven alcalde de Santa María habla de las dificultades de administrar un municipio tan disperso y agradece a la Comunidad de Madrid la me jora de las comunicaciones vía rías, el abastecimiento de agua y sus esfuerzos para desarrollar las infraestructuras de esta población desestructurada y con un carácter muchas veces acorde con la escarpada orografía de la sierra, que propicia el aislamiento y nutre el individualismo. Luis Miguel García, que lleva poco más de un año en el cargo, lamenta, por ejemplo, la resistencia de los ganaderos locales a formar cooperativas, que obrarían en su provecho y en la mejora de la calidad de sus productos, y critica las rivalidades y reticencias de algunos vecinos a la hora de designar la sede de una escuela unitaria. Sesenta y cinco niños, casi el 10% del censo, forman la población escolar diseminada en los diferentes núcleos.Santa María de la Alameda, La Estación, Robledondo, Navalespino, La Hoya, La Paradilla y Las Herreras comparten sus destinos administrativos desde 1833, tras siglos de luchas fronterizas, invasiones y trashumancias entre los respectivos señores, civiles y eclesiásticos, de Segovia y Madrid, metidos en litigios a causa de estas lindes desde los tiempos de la Reconquista. Santa María de la Alameda perteneció al antiguo Sesmo de Casarrubios de la Comunidad y Tierra de Segovia, como atestigua el acueducto que figura en su escudo y la placa, reciente, que sigue vinculando su territorio con el antiguo sesmo y con sus seculares privilegios. Santa María fue siempre, dice un informe del Ayuntamiento, de jurisdicción realenga, con derecho a la elección de compromisarios en el gobierno de la tierra.

Orgullosas también de sus antiguas libertades, las vacas se asoman a la carretera y ramonean tranquilamente en sus márgenes invadiendo con sus cornamentas, más aparatosas que hostiles, el parcheado asfalto. Un irregular laberinto de muros de piedra parcela con caprichosos dibujos las dehesas, delimitando las propiedades de los celosos ganaderos. Vacas, cabras y ovejas, prados, pinares y canchales que sobrevuelan los milanos reales. Reses y veraneantes constituyen, no exactamente en este orden, los principales recursos de estas tierras de montaña. La colonia de la estación multiplica el censo estival con sus segundas residencias, y montañeros y senderistas recorren los pasos de la sierra. Un atractivo más: el puentismo (puenting). Cada día son más los colgaos de este arriesgado y circense ejercicio que ensayan todos los fines de semana suicidios de ficción en un puente de la comarcal 505 con 60 metros de caída libre. A los atractivos del turismo de montaña, puente o chalet se unen en Santa María de la Alameda los de la gastronomía: un restaurante local ofrece sus típicas patatas revolconas, que acompañan relucientes y crujientes torreznos, y el cabrito, trepador de sus riscos, convenientemente asado. En la panadería se hornean tortas de tradicional receta, muy apreciadas por turistas y veraneantes. En el núcleo de Santa María propiamente dicho apenas existe comercio, a excepción del horno, el restaurante y una moderna peletería, que se anuncia al lado de la recoleta plaza Mayor, que incluye, como es tradicional, la iglesia y la casa consistorial. La iglesia de Nuestra Señora de la Alameda ostenta una modesta espadaña de tres cuerpos y en tiempos poseyó un retablo barroco del siglo XVIII, misteriosamente desaparecido. Tiene también una cabecera gótica del siglo XVI y tres naves con columnas toscanas. El edificio más peculiar es la casa consistorial, fechada en 1896, un macizo edificio de mampostería de piedra en el que destacan las dos rotundas columnas de su pórtico. Rehabilitada modernamente en su interior, la casa consistorial recibe luz de un lucernario central y en su fachada hay una pequeña imagen de la Virgen patrona de la villa, cuyas fiestas se celebran en septiembre.

A diferencia con otros pueblos de la zona, Santa María de la Alameda no impone restricciones a la venta ambulante, que constituye casi su única forma de abastecerse. En Robledondo, y sobre todo en la estación durante el verano, funcionan algunas tiendas, pocas, para cubrir las necesidades de los 700 habitantes que constituyen el censo de los siete núcleos mencionados. Las huertas que se abren en las riberas de los arroyos son de uso familiar y fértiles, en un término que posee, según el libro Madrid y su Comunidad, de Jiménez de Gregorio, al menos seis manantiales. El alcalde, independiente en las listas del PSOE, certifica con orgullo que apenas existe paro. El mismo compagina su cargo con la gestión de una pequeña empresa familiar de construcción, uña de las seis que funcionan en su desperdigado término. Municipio que se completa con el enclave de La Cepeda, una isla Verde situada en los confines de la provincia de Segovia, pero que pertenece a la de Madrid.

Su aislamiento y su fragosidad no libraron a Santa María de la Alameda de los sombríos avatares de la guerra civil, que causaron la destrucción de gran parte de su caserío. Entre sus edificios, antiguos y modernos, ninguno sobrepasa las dos alturas, permitiendo que la espadaña de la iglesia siga ocupando su lugar señero. Aunque en los tiempos en que se construyó el monasterio de El Escorial se explotaron aquí canteras de mármol, el granito prevalece en la construcción, caserones y villas de veraneo, sólidas residencias que se vislumbran a la sombra de los frondosos álamos que campean en el nombre del pueblo. Robles, pinos y chopos que se nutren de los cauces del Cofio y del Aceña, que engrosan numerosos arroyos, torrentes y manantiales.

El futuro del pueblo se orienta, según su animoso alcalde, hacia el turismo rural y de montaña, turismo ecologista y presuntamente respetuoso con el medio ambiente. No hay por aquí ni rastros de industria, a no ser que quieran considerarse como tales los cebaderos de terneros, y salvo en la zona de la estación no existen tampoco grandes urbanizaciones.

A 70 kilómetros de Madrid, Santa María de la Alameda es una reserva ecológica, generoso pulmón en el que conviene airearse de las asfixias de la urbe inclemente y de sus achaques.

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