La voz de De los Santos
,El periodista que se colaba en las cocinas con su 'Matinal cadena SER'
"Sólo quiero decir a los españoles que me muero por volver, pero desgraciadamente no pisaré ese país hasta que ese viejo general no tenga diez toneladas de granito encima de su esqueleto". Con esta frase, Pablo Neruda, enfrascado en la batalla electoral que llevó a la Unidad Popular al Gobierno chileno en 1970, ponía punto final a la entrevista que le hizo en Viña del Mar uno de los periodistas españoles más importantes del momento, Miguel de los Santos. Otra frase, esta vez del reportero español, había abierto la férrea barrera de guardaespaldas que protegían al poeta. Don Pablo, he hecho 15.000 kilómetros para hablar con usted dos minutos". Fue una sentencia impactante, pero no el todo cierta. De los Santos había aprovechado un viaje a Chile para satisfacer el deseo de su compañero de la SER Manuel Martín Ferrand, quien quería tener un testimonio en vivo de don Pablo. Sin embargo, la media hora de paseo y charla con el poeta, de los que la censura impidió dar cuenta, se quedaron tan impresos en la memoria del periodista que hoy es lo primero que rescata de sus más de 20 años de profesión.Junto a Neruda, Allende, a quien entrevistó dos meses antes de su caída, y Chabuca Granda, son los otros personajes que afloran espontáneamente de sus recuerdos.
Este hombre, que dio en televisión La gran ocasión a voces desconocidas como Sergio de Salas o Manolo Otero, tuvo que esperar más de 15 años para tener su propia oportunidad. "Fue la primera vez que hice la televisión que realmente deseaba hacer". Sin embargo, cuando empezó el rodaje Miguel de los Santos era ya uno de los presentadores estrella del país, esa voz familiar que se colaba en las cocinas con su Matinal cadena SER o que ayudaba a conciliar el sueño desde La hora De los Santos, el antecesor directo de Hora 25.
Hablar con él es estar sometido a tal bombardeo de programas y fechas que, para evitar el marasmo del calendario, De los Santos tiene que recurrir siempre a dos referentes temporales: su matrimonio en 1963 y el nacimiento de la hija Cristina, también periodista, en 1964. Antes de ese ecuador están sus inicios ante los micrófonos de Radio SEU a finales de los cincuenta, su paso a la Inter para llevar el programa en la peor banda horaria, o los escarceos con televisión, donde, tras rechazar la plaza de presentador conseguida al ganar en 1958 el concurso Caras nuevas, hizo su primer pinito, casualidades de la vida, conduciendo otro concurso, Dos en uno. "Como yo no tenía televisión en mi casa, si quería verme tenía que ir con mi novia a una cafetería".
Después, como si su hija Cristina hubiera traído el pan debajo del brazo, llegó el fichaje por la SER, convirtiéndose en el primer profesional de la competencia que entraba en esta emisora. "Hasta entonces", asegura, "sólo fichaba a profesionales extranjeros, como Bobby Deglané, o formaba a sus propios profesionales entre la gente de sus emisoras locales, como hizo con Joaquín Prat o Juan de Toro".
En los estudios de la SER fue donde se destapó su vocación innovadora. Fue, por ejemplo, el primero que pronunció la frase Los 40 principales dentro del programa La tarde del sábado; el primero que retransmitió la ceremonia de entrega de los Oscar y de los Nobel, y, dentro de Matinal cadena SER, presentó el primer informativo radiofónico que realizaba una emisora. Hasta entonces, todas las cadenas enlataban el diario hablado de Radio Nacional, pero la aprobación, en 1966, de la ley Fraga abrió ese pequeño resquicio a la autonomía informativa.
El primer avance hacía la libertad de expresión estaba, no obstante, muy tutelado. "Las emisoras tenían un antecensor, que fue una figura muy mal interpretada, a la que yo comprendí bien. Su misión era maquillar, disfrazar los textos antes de enviarlos a censura para intentar colar el mayor número cosas posibles. Más censurable era don Francisco, el censor televisión". Este guardián de la moral, que miraba el televisor de lado por si las protuberancias femeninas sobresalían de la pantalla, tenía unas fobias muy particulares. "En Voces de oro me retiraba sistemáticamente a los Osmond, porque, según él, con esas melenitas parecían mariquitas".
Pero quien peor se las hizo pasar fue Adriano Celentano, a quien había invitado a La gran ocasión. "Desde el principio me hizo la cama", recuerda riéndose. Aprovechando el directo, el cantante italiano pasó de la entrevista y se interesó por cuestiones taurinas, como el significado de los pañuelos blancos al final de la corrida. "Están pidiendo la oreja", respondió. "Eso me ha dicho un señor en la plaza", replicó Celentano, "me ha asegurado que piden las orejas del presidente. ¡Qué bien!, están pidiendo las orejas de Franco". De allí De los Santos no fue a galeras porque, según él, tuvo un día excelso. "Hice como si no le hubiera ído y le pedí que me confirmara si era cierto que antes de cantante había sido aprendiz de reojero. Se agarró un cabreo monumental". Su reacción le valió el aplauso del director general de Televisión, Adolfo Suárez.
Poco después, dejó los platós y se refugió en su cuartel de invierno, la radio, de la que no saldría hasta que llegó Con otro acento. En su paulatina retirada hacia el anonimato, siguió contándonos las primicias musicales de Eurovisión o la OTI, hasta que a principios de los ochenta se deshizo definitivamente de la paradoja que vivió desde el principio. "Aunque parezca mentira, lo que menos me ha tentado siempre ha sido la aparición pública. A mí, me gusta crear, escribir guiones, imaginar cosas nuevas".
Desde la planta 17 del Edificio España, donde tiene su empresa, Miguel de los Santos ha conseguido por fin el sueño de cultar el rostro sin desvincularse de los medios, ideando fórmulas publicitarias. En la nevera guarda dos proyectos, que son los dos únicos cebos que le quedan a la televisión para repescarle: una serie sobre la guitarra española y otra, cómo no, sobre Iberoamérica, pero carece del respaldo de una cadena. De los Santos se queja de la falta de arrojo de la televisión oficial, que se limita a comprar documentales ajenos en lugar de producirlos. "No se tiene que canibalizar lo que hacen otros, sino que España tiene que tener una perspectiva cultural".
Sólo para dejar ese saldo a cero, veríamos de nuevo la cabeza ya canosa de Miguel de los Santos en la pantalla, porque, por lo demás, "la televisión que se hace ahora es tan poco tentadora que nada de lo que veo me produce hormigueo".
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