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El hombre del consenso constitucional

La muerte de Antonio Hernández Gil, a sus 79 años, producida en la noche del jueves último, evoca el recuerdo del jurista que hizo su irrupción silenciosa Y discreta desde el campo del derecho en el de la política para contribuir de modo determinante al consenso entre los partidos democráticos sobre la Constitución de 1978.Desde la presidencia de las Cortes Constituyentes y, muy especialmente en el tramo final de la elaboración de la norma fundamental al frente de la Comisión Mixta Congreso-Senado, que resolvió más de 500 diferencias entre ambas cámaras, Hernández Gil desplegó sus virtudes en favor del consenso e hizo exclamar a Alfonso Guerra: "Cuando pienso en la Justicia me imagino a don Antonio Hernández Gil sujetando en sus manos la balanza que la representa".

Cuando en junio de 1977, ya senador de designación real, fue llamado por don Juan Carlos para proponerle como presidente de las Cortes, Hernández Gil tuvo que averiguar cuál era el camino para ir, a la Zarzuela. Tampoco sabía mucho de protocolo, por lo que en el coche se llevó el chaqué por si era necesario.

Los rimeros tiempos al frente de aquellas Cortes, con

la incorporación de personalidades históricas como Rafael Alberti, Dolores Ibarruri; Santiago Carrillo y, por el

otro lado, Manuel Fraga

-con quien siempre mantuvo una excelente relación-,

Federico Silva Muñoz, Laureano Rodó, el presidente de

todos extremó sus habilidades de neutralidad, hasta el

punto de, siendo creyente,

quitar de su despacho el crucifijo para no molestar a quienes no lo fueran. El gesto, muestra de un hombre con

una gran voluntad integradora, fue duramente censurado

desde las covachuelas de la caverna.

La gran vocación de Hernández Gil fue siempre el De-recho. Su eficaz presencia de puntillas en el proceso constituyente era considerada por él como un descanso en su incesante tarea como catedrático de Derecho Civil y batallador abogado.

Literariamente era un estilista del lenguaje y un preciosista de la palabra. Consideraba su mejor obra la Metodología de la ciencia del derecho y en la Universidad fue siempre muy apreciado su libro titulado La posesión. Precisamente una de sus más ambiciosas tesis jurídicas era la sustitución de las propiedad privada por la posesión, como uso de necesidades primarias. De ahí que entre sus escasas críticas a la Constitución de 1978, desde su posición proclamada de "Jurista socialmente preocupado", figuraba un cierto reproche al reconocimiento del derecho de propiedad sin demasiados matices.

En los últimos años, su coherencia con estas ideas

y su ausencia de ambición -política y de la otra- le llevó a proponer que las tierras extremeñas de su propiedad pasaran a los trabajadores si así era conveniente, cuando otros terratenientes pleiteaban con la Junta de Extremadura para eludir las expropiaciones.

De las Cortes Constituyentes regresó en 1979 a la abogacía y a la cátedra, hasta que en 1982 llegaron los socialistas al poder y fue designado presidente del Consejo de Estado y, más tarde, en 1985, presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial, hasta 1990.

Ya en esta última etapa, Hernández Gil, enternecedoramente coqueto desde sus primeros años de vida pública -la periodista Marisa Flórez recuerda cómo pedía que le dejaran peinarse antes de que le hicieran la foto-, se mostraba aterrado cuando veía en video las imágenes de televisión que le devolvían un rostro surcado por profundas arrugas que le horrorizaban. En su relación con los periodistas, hizo siempre gala de su capacidad para salir indemne y sin decir nada sustancioso de las conferencias de prensa. Jamás arriesgaba un dato comprometedor o ponía un nombre propio delante de una noticia.

Hernández Gil no alteró nunca su moderación ni siquiera cuando en 1986 fue objeto de un atentado de ETA, del que salió ileso por azar.

Descanse en paz este jurista ejemplar, amigo del consenso.

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