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Tribuna:GATOMAQUIAS
Tribuna
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Llanto por el Martín

La bailarina, exótica y británica, abandonó el escenario entre los abucheos del público sin culminar su disciplinado strip-tease, su fino oído había captado, por encima de los acordes del play back y los gritos de ánimo del personal, el delator chasquido de una cámara fotográfica en la sala, lo que vulneraba su contrato. El infractor, Ricardo Martín, fotógrafo de este periódico, fue expulsado sin contemplaciones del coliseo, y yo, encargado de la siempre más discreta crónica escrita, le acompañé por solidaridad. En el teatro Martín se celebraban las primeras libertades públicas, los nuevos tiempos del destape, con un programa exhaustivo de strip-tease en sesión continua que comenzaba a las doce de la mañana y finalizaba en la madrugada. Durante ese tiempo se turnaban al menos una docena de profesionales importadas del Soho londinense y otros barrios europeos de pecado, con la colaboración de alguna aprendiza autóctona que compensaba con entusiasmo y desgarro su flagrante inexperiencia.Por el sicalíptico y arrumbado teatro Martín deben de andar aún de guardia nocturna los descocados fantasmas de coristas y supervedettes, tanguistas y desnudistas que alegraron las noches y los días de generaciones y generaciones de madrileños y provincianos que acudían a la capital para sacudirse la caspa y aligerar sus carteras en esta que es hoy zona muerta. Calles de Santa Brígida y Santa Águeda, que hasta hace no mucho tiempo albergaron casas de citas y alcobas discretas alquiladas por humildes sacerdotisas del culto más antiguo del mundo, el de Afrodita.

Entre los múltiples oficios ejercidos por este Teatro de Sombras figura el de haber sido templo del gay saber de Lindsay Kemp, que encontró en este anfiteatro de mala nota el lugar más adecuado para presentar en Madrid su espectáculo Flowers, textos canallas de Genet, coreografía de taberna portuaria con marineros travestidos y ambiguas reinas, de la noche. El teatro Martín se ha convertido en un pecio abandonado a la intemperie que dejaron naufragar sus armadores, ávidos de una recalificación de terrenos que les permita levantar sobre sus gradas un edificio de apartamentos: Teatro con vocación de cabaret, reciclado por última vez para acoger los restos de la movida urbana, en el Martín alternaron neófitos grupos rockeros y compañías de teatro independiente, y en alguna ocasión su patio de butacas sirvió como punto de reunión, asamblea y festival para los incombustibles libertarios de la CNT, que en 1978 coparon su aforo para seguir arreglando el mundo ancho y ajeno, al margen de los contubernios de los políticos profesionales y de los economistas liberales.

La calle de Santa Brígida comienza en Hortaleza, en la fuente muda y, misteriosamente llamada de Los Galápagos, no son galápagos, sino delfines los que ofrecen su boca al célebre caño de esta fuente, obra menor y maltratada de Ventura Rodríguez, adosada a la esquina del antiguo y real Colegio de las Escuelas Pías de San Antonio Abad, San Antón, hoy también clausurado y huérfano de risas y de llantos infantiles. Más de una tarde castigado pasó el que esto escribe en un aula sin ventanas, condenado por apartar sus ojos del encerado y de la tarima del profesor para espiar los balcones del otro lado de la calle, donde se hacían la toilette despreocupadamente las bellas de la noche antes de salir a taconear por los aledaños del teatro. Ante la cruda competencia de fajas, ligueros y sobre todo combinaciones entrevistas sucumbían ecuaciones, logaritmos o lapidarias frases de César en sus comentarios a la guerra de las Galias.

No fue el rayo divino, sino la incuria de sus propietarios, con la celeste colaboración de trombas y aguaceros, lo que acabó de hundir sobre su eje este teatro pecador y madrileñísimo y su entorno. Sin nadie a quien tentar, hace años que clausuraron sus balcones las venéreas y despechugadas vecinas de esta calle y dejaron que se marchitasen los geranios en sus macetas.

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