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77 EDICIÓN DEL GIRO

El recorrido de la 'carrera rosa' apura los puertos al viejo estilo heroico

EL Giro nunca ha entrado en controversias con el Tour o la Vuelta sobre su papel en el calendario mundial. Para los italianos es la carrera rosa y con eso basta. Es la gran fiesta del ciclismo en Italia, un país donde la cultura deportiva no entiende muchas veces de nacionalidades. Las ciudades etapa se visten de rosa para recibir a la caravana: invitan a todos a su circo, a disfrutar de ello. Poco, o no mucho, les importa que el mejor no sea italiano, que sea español o francés: ellos celebran el triunfo del ciclismo mientras esperan la resurrección de sus Coppi o Bartali. Así, el ganador de los dos últimos años, Miguel Induráin, es para ellos Michelone, uno más de la familia. Durante la carrera pueden algunos exaltados pedir cabezas, solicitar una santa alianza de toda Italia o criticar con dureza a los que tenían su confianza y no han dado la talla. Son sólo algunos momentos. Después empieza la fiesta. En el podio, el alcalde de cualquier pueblo por el que haya pasado la caravana entregará al primero que haya cruzado su población, por ejemplo, un semental de vacuno de la raza auctóctona. Así le pasó hace años al español Alberto Leanizbarrutia. El Giro es otro mundo, es una carrera con carácter propio, la carrera del pueblo; no importa quien corra, quien gane.

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Induráin contra el imperio italiano

Pura montaña

El carácter de esta ronda popular se forjó en los años heroicos. La ascensión a un nevado del Gavia, en medio del frío helador, en 1988 fue un acto bisagra: las críticas contra la inhumanidad con que se trataba a los ciclistas se juntaron con los aplausos a los héroes velocipédicos. Después, unos años sosos, con la implantación gradual del ciclismo moderno, el dominio de Induráin y, ahora, un giro de tuerca. Tres etapas terroríficas, de esas que hasta el Tour envidiaría, con puertos y más puertos por encima de los 2.000 metros, esperan con la boca abierta y afán devorador. Entre medias, unas jornadas de media montaña, rompepiernas y toboganes.Si algunos de los puertos que se subirán comparten mitología con el Tour -Izoard, Sestriere-, otros son demasiado jóvenes, y otros ya forman parte de la historia del Giro -el Stelvio, en los Dolomitas, cima Coppi-, hay uno que en sólo un ano se creó todo a la vez: el Mortirolo, un coloso de 1852 metros, que reclama para sus fauces ciclistas de los de antes: carretera estrecha, asfalto agresivo, rampas como paredes de más del 14%.

Allí todo es rosa.

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