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La ejecutiva del PSOE elige a Almunia nuevo portavoz del grupo parlamentario

Luis R. Aizpeolea

Joaquín Almunia, secretario de Estudios y Programas del PSOE, fue propuesto ayer como presidente y portavoz del Grupo Socialista en sustitución de Carlos Solchaga. Su candidatura, propuesta por Felipe González, obtuvo el asentimiento, de la ejecutiva socialista reunida ayer en Madrid. El ple no del Grupo Socialista votará hoy la propuesta de la ejecutiva. En la reunión de ayer, el presidente de la Junta de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, defendió sin éxito la alternativa de Alfonso Guerra. Éste también puso obstáculos a la designación de Almunia, pero no forzó una votación en contra.

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Los tiempos han cambiado. Ayer no hubo enfrentamiento entre renovadores y guerristas como sucedió hace un año con la elección de Carlos Solchaga como presidente del Grupo Socialista. El renovador Almunia no despierta simpatías en Alfonso Guerra ni en el guerrismo, pero el vicesecretario general del PSOE tiene claro que los tiempos que corren para los socialistas no están para enfrentamientos internos. Guerra asumió incluso que Almunia compatibilice su nuevo cargo con el de secretario de Estudios y Programas.Cuando González puso ayer el nombre de Almunia sobre la mesa de la ejecutiva como su candidato más preciado para sustituir a Solchaga, el presidente de la Junta de Extremadura, el guerrista Juan Carlos Rodríguez Ibarra, ofreció el de Alfonso Guerra a modo de consideración, pero sin llegar a presentarlo como una propuesta formal.

El propio Guerra intervino y se inclinó por otros candidatos de un perfil político menos acusado que el del renovador Almunia, pero no llegó a formalizar una propuesta. De manera que, después de apenas una hora de debate, se aprobó por asentimiento, sin necesidad de votar, la propuesta del secretario general. Conseguido el objetivo, González abandonó la reunión para dedicarse a sus tareas de gobierno.

La pretensión de González, al proponer a Almunia como presidente del grupo, es disponer de un hombre de fuerte peso político para afrontar los tiempos difíciles que vive el partido. El sustituto de Solchaga tendrá que bregar con un Parlamento muy complicado para los socialistas, con un PP en plena ofensiva política, que ha hecho de la Cámara el centro de su actividad para desalojar al PSOE del Gobierno.

El nuevo presidente del Grupo Socialista tendrá que llevar el peso de las negociaciones parlamentarias con los nacionalistas catalanes y vascos, unas negociaciones muy complejas y que lo serán más aún tras las elecciones europeas y autonómicas andaluzas del 6 de junio.

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La gran experiencia gubernamental de Almunia -fue ministro de 1982 a 1991, primero de Trabajo y posteriormente de Administraciones Públicas-, sus conocimientos parlamentarios y del partido, así como su buena relación con Miquel Roca y Iñaki Anasagasti, portavoces de CiU y del PNV en el Congreso, fue decisiva para Felipe González.

Los perfiles del ex ministro de Cultura Jordi Solé Tura y del ex titular de Relaciones con las Cortes Virgilio Zapatero, cuyos nombres se habían barajado estos días, no se ajustaban a este esquema, según fuentes próximas a González. Son hombres de experiencia política, que no plantean problemas internos, pero carecen de la energía política que requiere el momento, reconocían ayer fuentes gubernamentales.

El problema que plantea la candidatura de Almunia es de índole interna, al ser un renovador que levantaba suspicacias en el sector guerrista. En pago por su aceptación, González compensará a los guerristas aumentando de tres a cinco las personas que integran la dirección del grupo parlamentario. Los dos nuevos integrantes serán mujeres, y con ellas González tendrá en cuenta los equilibrios internos. Para abrir esta posibilidad, el próximo comité federal tendrá que reformar los estatutos.

Con la elección de Almunia, González ha primado el papel del nuevo presidente del grupo por su acción exterior -algo que caracteriza al jefe del Gobierno- sobre el consenso interno del partido. De todos modos, González no desdeña ese equilibrio interno, que es frágil pese al cierre de filas motivado por el acoso exterior.

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