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El Madrid usa el termostato

El Estudiantes perdió el primer asalto por su pobreza de espíritu

Cuestión de termostato. El Real Madrid se llevó el primer asalto de la semifinal porque supo regular convenientemente el calor y el frío de su juego. Todo lo contrario que el Estudiantes, que fue de más a menos para acabar en nada. El ritmo, más exactamente la capacidad para mantenerlo, y la serenidad le sobraron al vigente campeón de Liga para quitarse de encima la molesta presencia de su mosca particular. Pero en la balanza pesan tanto los méritos madridistas como las culpas estudiantiles.El partido había comenzado bien para el conjunto colegial, asentado en la superioridad de Martínez sobre Lasa en la pugna directiva. Eso y el carácter de Herreros valían a Estudiantes para mandar con cierta comodidad (8-14 en el minuto 4), bien entendido que la premisa inicial era cerrar el rebote defensivo. La tarea debajo del tablero era fácil para el equipo visitante: Sabonis empezaba a dejar claro que si alguien tenía que decidir el choque, con él no contara.

Dado el absentismo de su figura lituana, parecía claro que, si el Madrid quería ganar, lo tendría que hacer lejos de la zona. Y Luyk encontró a su hombre: Antúnez. En el minuto 7, con 14-19, se produjo el relevo de bases en el equipo blanco. Resultó providencial para el Madrid y mortal para el Estudiantes. Antúnez le dio a su equipo intensidad defensiva, vigor físico y, sobre todo, ritmo, mucho ritmo. El acoquinado Madrid de los primeros minutos empezó a dar donde antes había tomado. El juego eléctrico que, por momentos, disfrutaba el Estudiantes, tuvo la respuesta blanca de la mano de Antúnez. La entrada del base encendió la espita de Arlauckas, deseando que alguien le empujara, y el Madrid inició la remontada: el 31-30 del minuto 14 significaba su primera ventaja.

En la otra trinchera, la situación era opuesta. El Estudiantes, como si no esperara la reacción rival, parecía aturdido', como perdido en un camino cada vez más oscuro, en el que sólo Herreros atisbaba algo, aunque las personales ya le amargaban. Los seis puntos de diferencia del descanso (47-41) no eran fruto del mejor juego madridista, pero sí de una óptima administración de bienes escasos.

La pobreza de espíritu del Estudiantes quedó bien patente en el arranque de la segunda parte. Al Madrid le costaba casi cinco minutos anotar su primer punto, pero los colegiales sólo se acercaban a dos (47-45). Y lo que es peor: el Estudiantes, a pesar de estar tan cerca, no daba sensación de poder con el partido. Le fallaba todo. Martínez -y, luego, Hansen- cedía ante Antúnez, los aleros no acertaban -Herreros bastante tenía con los errores arbitrales- y los pívots no se encontraban cómodos ante la defensa alternativa (individual y zona) del Real Madrid. Ni siquiera la autoeliminación del apático e inoperante Sabonis (60-56, a 8,12 del final) animó al Estudiantes, hundido todavía más cuando era su líder el expulsado por cinco faltas, con 6358.

Como quiera que el Madrid tampoco estaba para demasiadas alegrías, dos jugadas afortunadas simulaban meter al Estudiantes en el partido: 67-66, en el minuto 35. Era ficticio. El equipo visitante, y es lo más negativo que se puede decir de él, no hizo concebir esperanzas ni al más ferviente de sus seguidores.

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